02 enero 2023

#JoséRamónVillanueva - Discordia en la ciudad de la concordia

Prisioneros de Mauthausen saludan a la 11.ª División Acorazada de los EE.UU. por su liberación bajo una pancarta escrita en español sobre sábanas castrenses pone: “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras”.

Discordia en la ciudad de la concordia


En el Pleno del Ayuntamiento de Alcañiz del pasado 13 de diciembre, se suscitó un debate en torno a la propuesta de la adhesión de la corporación municipal para suscribir un convenio con la asociación La Amical de Mauthausen y otros campos y de todas las víctimas del nazismo de España, entidad memorialista de reconocido prestigio y destacada trayectoria en la recuperación y la dignificación de los republicanos españoles que fueron deportados y asesinados en los campos de exterminio nazis durante la II Guerra Mundial. Lo que debería haber sido un acto de justicia reparadora para con la memoria de las víctimas, algo completamente lógico en una democracia madura, contó no obstante con el voto en contra del PP y del PAR y suscitó unas agrias descalificaciones por parte del portavoz del PP, evidenciando, una vez más, la insensibilidad humana y la ignorancia histórica de la derecha cada vez que se plantean actuaciones de reparación de la memoria democrática en España, afirmaciones y valoraciones que merecen una respuesta contundente.





Dicho esto, resulta necesario, en primer lugar, recordar lo que supuso Mauthausen en la historia de la barbarie nazi y, también, de la memoria antifascista. Una historia que merece y debe ser recordada.

Derrotada la España leal a la República en 1939, miles de republicanos se refugiaron en Francia, pero un año después cayeron en manos de las tropas hitlerianas cuando estas ocuparon dicho país en mayo de 1940. Los prisioneros republicanos españoles, internados en diversos campos de prisioneros de guerra (Stalag), quedaron a la espera de que el gobierno de Franco indicase a sus amigos nazis qué se debía de hacer con ellos. El dictador decidió abandonar a su suerte a estos compatriotas nuestros y, desposeyéndolos de la nacionalidad española (“no hay españoles fuera de España”, afirmó Ramón Serrano Suñer) quedaron convertidos en apátridas. Su dramático destino quedó sellado en la entrevista de Ramón Serrano Suñer con Hitler del 25 de septiembre de 1940 en Berlín. En ella, el cuñado de Franco y ministro de la Gobernación, acordó la entrega de los republicanos españoles a la Gestapo para ser deportados a los campos de concentración donde debían realizar trabajos forzados hasta el límite de sus fuerzas. Mariano Constante recordaba la indignación que produjo entre los presos republicanos este hecho puesto que “hemos descubierto que Franco les dijo [a los nazis] que no quería que ningún español saliera vivo y también quería que nos explotaran trabajando”. De la connivencia de las autoridades franquistas a la hora de consumar la tragedia, se ofrecen testimonios reveladores en el excelente documental El convoy de los 927 de Montse Armengou. Por su parte, el siniestro Franz Ziereis, comandante en jefe del campo de Mauthausen, capturado tras la liberación del campo y antes de morir, reconoció ante Antonio García Barón, un joven anarquista de Monzón allí deportado, que la España franquista tenía una responsabilidad directa en los crímenes de la Alemania nazi. De hecho, como relataba el libertario montisonense, “el comandante [Ziereis] me hizo saber que los presos español es estábamos allí por petición directa de Serrano Suñer a Hitler. Él fue quien nos condenó a muerte”.

Posteriormente, los republicanos españoles, los llamados “rot-spanien” (rojos españoles) fueron deportados al campo de Mauthausen (Austria). Allí fue a parar el grueso de los más de 10.000 deportados, esto es, unos 7.000 compatriotas, de los cuales, 1.015 eran originarios de Aragón, como recordaba el historiador ejulvino Juan Manuel Calvo Gascón y actual presidente de Amical Mauthausen. Otros grupos de “rot-spanien” fueron enviados a otros campos de triste recuerdo: Bergen-Belsen, Buchenwald, Dachau, Flossenburg, Ravensbruck o el castillo de Hartheim, en donde fueron objeto de macabros experimentos y operaciones. En todos estos lugares, convertidos en auténticos infiernos de inhumanidad y violencia extrema, hallaron la muerte varios miles de republicanos españoles.

El campo de concentración de Mauthausen se creó el 8 de agosto de 1938 y funcionó hasta el 5 de mayo de 1945 en que fue liberado por las tropas norteamericanas. Durante estos años, se estima que en Mauthausen y en su campo auxiliar de Güsen, fueron asesinadas o murieron como consecuencia de las condiciones infrahumanas y los trabajos forzados en torno a 150.000 personas. Por las mismas fechas en que nuestros compatriotas morían de agotamiento y enfermedades en la cantera de Mauthausen o asesinados en Güsen, el general Franco mantenía su delirio filonazi y su convicción en la victoria de la Alemania de Hitler, a la cual manifestaba su total apoyo: en un discurso dado en la audiencia militar de Sevilla del 14 de febrero de 1942, afirmaba que, “si el camino de Berlín fuese abierto, no sería una división de voluntarios españoles la que allí fuera, sino que sería un millón de españoles los que se ofrecerían” para defender la capital del Reich. Sobran los comentarios.

En Mauthausen, el peor destino para los deportados era trabajar en la fatídica cantera de granito. En ella hallaron la muerte muchos prisioneros, entre ellos, un elevado número de republicanos españoles. Pascual Castejón Aznar, que era natural de Calanda, recordaba las pésimas condiciones que soportaron los presos en la cantera, donde se trabajaba en jornadas agotadoras: “todos los días, desde las cinco de la mañana hasta las nueve de la noche. Daba igual que nevara o lloviera. La comida consistía en patatas con agua y algún nabo. Para cenar compartíamos un poco de butifarra con un pan para cinco. Todas las noches soñábamos con la comida y allí sólo se hablaba del hambre que pasábamos”.

El agotamiento y las enfermedades diezmaban a los deportados y, cuando éstos ya no tenían fuerzas para los trabajos físicos en la cantera, eran llevados a Gusen donde eran asesinados, normalmente, con una inyección de benzina. Este parece ser que fue el fatal destino de los 9 alcañizanos de los que se tiene constancia que murieron tras su deportación a Mauthausen.

Durante décadas, un puñado de supervivientes españoles recordaba tanta barbarie reuniéndose cada año en Mauthausen bajo el digno tremolar de la bandera republicana, siendo especialmente destacable la labor desarrollada por la Asociación Amical Mauthausen para recuperar el recuerdo de esta trágica página de nuestra historia colectiva. Poco a poco, se han ido realizando en toda España homenajes y reconocimientos oficiales para recuperar la memoria y la dignificación de nuestros compatriotas republicanos deportados. Citemos, en el caso de Aragón, cómo, ya en el año 2002 el Gobierno de Aragón concedió a Mariano Constante la Medalla de Oro a los Valores Humanos, la cual se hacía extensiva “a los aragoneses que fueron víctimas de los campos de exterminio nazis”. Igualmente, algunos ayuntamientos, como es el caso de Calanda, Alcorisa, Fraga, Monzón o Sabiñánigo, entre otros, han recuperado la memoria de sus paisanos muertos en el holocausto nazi. Por su parte, la Ley 14/2018, de 8 de noviembre, de memoria democrática de Aragón, en su artículo 6.1.d), reconoce la condición de víctimas a quienes “padecieron confinamiento, torturas y, en muchos casos, la muerte en los campos de concentración y exterminio europeos o bajo dominación fascista”, a la vez que contempla la necesidad de realizar homenajes en dichos campos (Disposición adicional séptima). Por su parte, la reciente Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática, de reciente aprobación, reconoce, en su artículo 3.1.d) igualmente como víctimas a “las personas que padecieron deportación, trabajos forzosos o internamiento en campos de concentración, colonias penitenciarias militarizadas dentro o fuera de España, y padecieron torturas, malos tratos o incluso fallecieron como consecuencia de la Guerra y la Dictadura, especialmente los españoles y españolas deportados en los campos de concentración nazis”.

Consecuentemente, las instituciones, incluidos los ayuntamientos, deben de implicarse en las políticas públicas de Memoria Democrática. De hecho, el artículo 34 de la citada Ley 20/2022, señala expresamente que, “Con el objeto de preservar en la memoria colectiva los desastres de la guerra y de toda forma de totalitarismo, las administraciones públicas desarrollarán todas aquellas medidas destinadas a evitar que las violaciones de los derechos humanos que se produjeron durante el golpe de Estado, la Guerra y la Dictadura, puedan volver a repetirse”. Y ello incluye, lógicamente, la memoria de la deportación de los republicanos españoles a los campos nazis.

El Ministerio de Justicia publicó en el Boletín Oficial del Estado del 9 de enero de 2019, un Listado de españoles fallecidos en los campos de concentración de Mauthausen y Gusen. Este listado, sin duda todavía incompleto y susceptible de correcciones, incluye los nombres de 4.427 republicanos españoles, de los cuales 530 eran aragoneses y, de éstos, 9 habían nacido en Alcañiz. Estos eran los nombres de nuestros paisanos:


A modo de ejemplo, en Italia, muchos atrios de los edificios de sus ayuntamientos, tienen placas con los nombres de sus vecinos que, deportados a los campos de exterminio, murieron víctimas de la barbarie nazi-fascista.

Además de las conmemoraciones institucionales de recuerdo en dicho campo, la memoria de la deportación de los republicanos españoles a los campos nazis, va incorporándose gradualmente al currículum educativo de la Enseñanza Secundaria y, también por ello, resulta fundamental el compromiso de las instituciones públicas, como es el caso de los Ayuntamientos, en recordar, reparar y dignificar la memoria de nuestros compatriotas, de nuestros paisanos, que allí murieron, puesto que ello supone una lección moral: la reafirmación cívica en nuestros valores y la importancia de mantener viva la memoria democrática para convertirla en una lección moral. Estas reflexiones nos previenen ante cualquier rebrote de xenofobia racista o de fascismo que se pudieran incubar, como el huevo de la serpiente, en nuestra sociedad actual. Y es que la memoria histórica es, siempre, una memoria necesaria y será, siempre, un imperativo moral.

Volviendo al caso de Alcañiz, habría que preguntarse si después de las descalificaciones proferidas por el Grupo Municipal del PP, ¿podrá su portavoz leer sin conmoverse las 153 páginas de este listado de víctimas? ¿podrá después mirar a los ojos a los familiares y descendientes de estos alcañizanos asesinados en Gusen, el más siniestro campo auxiliar de Mauthausen? ¿podrá sostenerles la mirada después de tanto desprecio, ignorancia y olvido como ha dejado patente en sus palabras?

En los momentos actuales, ante la irrupción en el panorama político de peligrosos populismos derechistas de corte autoritario, cuando no abiertamente fascistas que apelan a las pasiones y a la visceralidad en sus mensajes políticos, resulta más necesario que nunca que los sectores progresistas reafirmen su defensa de los valores de la memoria democrática.

Estamos en unos momentos de especial intensidad política, con un denso calendario electoral en el horizonte inmediato y ante el cual resulta vital hacer frente a una creciente ola de involución derechista, como está dejando patente el caso de Vox y que ha ido contaminando diversos posicionamientos e ideas del PP, una involución sin duda reaccionaria que se ha ido rearmando ideológicamente en diversas fuentes doctrinales tales como un autoritarismo de raíces (mal disimuladas) franquistas y también, no lo olvidemos, a través de un revisionismo histórico carente de metodología y objetividad, con el cual pretende inculcar su peculiar, parcial e interesada visión del mundo.

No es ajena a esta ofensiva neoconservadora la aparición de una tendenciosa reinterpretación de la historia reciente, una descarada tergiversación de la realidad histórica con una carga ideológica profundamente conservadora, por no decir reaccionaria, puesta al servicio, como siempre, de los intereses materiales e ideológicos de los poderosos. Los ejemplos son abundantes: desde el revisionismo histórico enarbolado en su día por historiadores como Luis Suarez, Ricardo de la Cierva o César Vidal, hasta el más recientemente caso de Stanley G. Payne con su última obra titulada La revolución española 1936-1939. Estudio sobre la singularidad de la guerra civil (2019), donde hace una muy cuestionable interpretación de los hechos ocurridos en aquellos años trágicos de nuestra historia reciente, comenzando por negar la condición de golpe de Estado a la rebelión facciosa del 18 de julio de 1936. Y qué decir de otros aprendices de historiador como el polémico Pío Moa o el de Fernando Paz, defensor del negacionismo ante la tragedia del Holocausto, algo que en otros países como Alemania sería un delito, ejemplo último de ese tropel de escritores y polemistas que, como diría el prestigioso politólogo e historiador Alberto Reig Tapia, se dedican a hacer lo que él denomina una “historietografía” de indudable aroma reaccionario.

En este sentido, la ofensiva de los activistas del revisionismo histórico transciende del ámbito histórico para ir calando en el campo de la clase política conservadora española como le ocurrió a Pablo Casado cuando desdeñaba la voluntad del Gobierno de exhumar al general Franco del Valle de los Caídos, o las desafortunadas y ofensivas declaraciones de la senadora del PP Esther Muñoz al criticar el que el Gobierno dedicase fondos para “desenterrar unos huesos”, en alusión a las víctimas del franquismo que yacen, todavía, en las fosas de la infamia, o cuando más recientemente Alberto Núñez Feijó se refería a que “hace 80 años nuestros abuelos y bisabuelos se pelearon”, obviando la responsabilidad criminal de los causantes del golpe de Estado que derivó en una guerra, una dictadura y una implacable represión padecida por los vencidos, los leales al gobierno legítimo de la República. Todos estos posicionamientos y declaraciones, retratan el nulo interés que suscita en gran parte de la derecha española la cuestión de la memoria democrática. Ante actitudes, viene a la memoria aquella afirmación de Manuel Azaña que decía que en España arraigaban con mayor fuerza las estupideces que las acacias.

La carga ideológica que conferimos a las palabras puede, pues, articular el diálogo y la convivencia entre modelos políticos y sociales distintos, pero, cuando se llenan de tendenciosidad y engaño, se convierten en barreras infranqueables, en simas profundas que alejan a las personas, los territorios y los modelos de convivencia social. Por ello es tan importante mantener una actitud abierta, honesta, dialogante y objetiva a la hora de analizar nuestra historia y la necesidad de extraer lecciones positivas que nos sirvan, a todos, para cimentar una sociedad basada en el diálogo cívico, el respeto a la diversidad y no en odios atávicos o en mentiras y falsedades interesadas, especialmente en temas tan sensibles como es el caso de la memoria democrática, una cuestión que, a fecha de hoy, todavía no ha aceptado plenamente la derecha política española y que, por ello, sigue estando bastante descentrada, más aún tras la irrupción y la competencia electoral de Vox, opción política cargada de mensajes reaccionarios y revisionistas desempolvados de un pasado que creíamos superado.

Por todo ello, el debate profundo de ideas que debe caracterizar a toda sociedad democráticamente madura, no puede quedar desvirtuado por la utilización perversa del lenguaje y de la historia colectiva máxime cuando ello es alentado desde una pasional y demagógica visceralidad y, en consecuencia, hacerle frente supone todo un reto para historiadores, políticos y, desde luego, para el conjunto de todos nosotros, los ciudadanos de esta nuestra España plural.■

José Ramón Villanueva
Historiador
jrvillanueva@telefonica.net 



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