07 febrero 2022

#RamónMur - La carcundia católica española se enfrenta al Papa



La carcundia católica española se enfrenta al Papa 


Ciertos núcleos de conservadores católicos españoles mantienen un duro enfrentamiento con el Papa Francisco al que tildan de comunista y revolucionario



La Iglesia Católica ha estado siempre plagada de bocazas a lo largo de la historia. Al menos así han sido vistos y juzgados sus máximos dirigentes por la población en general, desde los más altos nobles hasta los plebeyos. Todos han acusado a la Iglesia de meterse donde no ha sido llamada. Papas, cardenales, obispos y sacerdotes han sido siempre acusados de adoctrinar sobre cuestiones de este mundo terrenal que no les competen. Un charlatán profesional como es Bertín Osborne ha acusado de ser un “bocazas” al Papa Francisco y el periodista ‘infalible’ Eduardo Inda se atrevió a calificarlo en televisión de “encarnación del diablo”. La carcundia católica española está furiosa contra Francisco. Sin embargo, este papa argentino y jesuita no es el primer bocazas de la Iglesia. Ni mucho menos. 

La renuncia de Benedicto XVI sembró incertidumbre en la Iglesia, mientras que la actitud del Papa Francisco solivianta a muchos católicos tradicionales.

 


“LQQD” (lo que quiero demostrar) se resume en un breve repaso a ciertos pasajes de la reciente historia de España. Bocazas eclesiásticos fueron los obispos españoles que firmaron en 1937 la carta de adhesión al movimiento nacional, redactada por el cardenal Gomá y a la que solo le negaron rúbrica dos prelados: el catalán Francisco Vidal i Barraquer y el vasco Mateo Múgica Urrestarazu. Fue este apoyo mitral mayoritario el que permitió al Caudillo entrar y salir bajo palio de las catedrales durante sus 40 años de dictador plenipotenciario. Y bocazas fue el papa Pablo VI que tuvo la osadía de pedir a Franco indulgencia para Julián Grimau, el comunista condenado a muerte en 1963, hace cuatro días como aquel que dice. Pero su excelencia, que no y ¡crac!, le dio garrote al activista del PCE. ¿Y don Vicente Enrique Tarancón? ¡Al paredón!, gritaba la ultraderecha. O Antonio Añoveros Ataun, obispo de Cádiz famoso por sus cartas pastorales a favor del campesinado andaluz y del derecho a la huelga. Subió después a Bilbao, tocado de txapela, y entonces con sus homilías se ganó el avión que Franco le puso en Sondika para que volara hasta el destierro de Lisboa, como muy cerca.

Un bocazas de alcance universal fue el Secretario de Estado Vaticano, Angelo Sodano, que intercedió en favor del dictador chileno Augusto Pinochet en el proceso abierto contra el general de las gafas de sol por los tribunales internacionales de Justicia. Los bocazas de la Iglesia Católica hacen mucho ruido con el frufrú de las sotanas de color purpura. Los ‘sotanosaurios’ negros, los curas, también levantan polvaredas pero son los mitrados los que resultan, a la postre, más alborotadores por la mayor trascendencia que siempre alcanzan sus soflamas y peroratas.

La lista de curas y obispos bocazas podría resultar interminable. Los ha habido rojos y azules, surgidos desde la derecha lo mismo que desde el flanco izquierdo. Pero la voz de unos y otros se ha pretendido siempre acallar con parecidas admoniciones civiles: que los curas, al igual que los obispos y aun lo mismo que el papa, callen ante cuestiones políticas y sociales que no les incumben. Ellos, a la sacristía y a callar porque no deben hablar cuando no les corresponde. Y quien determina cuándo puede hablar un cura o un rabino es el cacique cultural de turno, igual rojo que azul.

El periodista Eduardo Inda cree que Francisco es la “encarnación del demonio” y el charlatán Bertín Osborne lo llama “Bocazas”.

   

Resulta grotesco comprobar que los mayores ataques contra el papa Francisco surgen desde dentro de su propia familia religiosa. Proceden de núcleos conservadores y de derechas, que en España han sido tradicionalmente católicos. Parece como si los elogios del partido Unidas Podemos a este papa y la reciente visita de Yolanda Díaz al Vaticano hubieran levantado la veda contra el primer papa jesuita de la historia. Ciertos sectores católicos conservadores de nuestro país no soportan que la vicepresidenta del gobierno rojo de coalición visite a un papa y entonces se revuelven contra él: “Este papa es un bocazas y la misma encarnación del diablo. Y el viaje de Díaz lo organizó el peronismo argentino del que el papa Bergoglio es un fervoroso seguidor”. A la audiencia que Francisco concedió a Yolanda Díaz llegaron a llamarla “cumbre comunista en el Vaticano”. Todo falaz y muy grosero.

Paradójicamente vergonzoso es que se ataque a Francisco como si fuera el primer papa rojo de la historia cuando consta que fue fervoroso seguidor del jesuita ultra conservador, Luis Mendizábal, contrario a las reformas de la Compañía de Jesús, practicadas durante el mandato del padre Arrupe. En los años posteriores al Concilio Vaticano II, los jesuitas pasaron de sumar 45.000 seguidores de San Ignacio de Loyola a tan solo 15.000. Contra esta sangría jesuítica se levantaron, desde la bancada conservadora, con el máximo entusiasmo y a costa de todo, reverendos padres como Luis Mendizábal y Jorge María Bergoglio. ¿Alguien entiende que a este último, convertido en Obispo de Roma, se le acuse hoy de ser papa comunista, ‘rojeras’ y revolucionario? ¿Es que de pronto el jesuita conservador se transformó en papa avanzado, rompedor, látigo del capitalismo y ultra defensor de tesis marxistas y comunistas?


Ignorancia católica

Es verdad que este papa dice más de lo que hace. Se asegura que no emprende más reformas porque no puede y no puede porque no le dejan. ¿Quién le impide hacer lo que prometió cuando llegó al Pontificado? Pues parece ser que sus oponentes son los numerosos miembros ejecutores de la burocracia vaticana. En cualquier caso, Jorge Bergoglio es una persona mucho más conservadora de lo que parece. Sustituyó a Benedicto XVI tras la inesperada renuncia de éste porque ya había quedado en segundo lugar en el Cónclave de 2005. Fue un candidato más progresista que Wotjtila y Ratzinger pero menos que su mentor, el también jesuita, Carlo María Martini, partidario de convocar un nuevo Concilio, algo que Francisco no hará nunca. El cardenal Martini cedió sus votos a Bergoglio en el momento de la elección de Benedicto XVI, en el mencionado año de 2005. Y en el nuevo Cónclave, el de 2013, con los sufragios de Martini, fallecido unos meses antes, sumados a los de Ratzinger, el aspirante latinoamericano fue elegido papa con el nombre de Francisco.

Martini y Bergoglio fueron dos jesuitas muy distintos. Después de jubilarse como arzobispo de Milán, Martini se retiró a Jerusalén para seguir profundizando en sus investigaciones bíblicas, especialmente en el Nuevo Testamento. Como la mayoría de los exégetas y expertos en Sagrada Escritura, Martini fue aperturista y de talante progresista porque la nueva interpretación de los textos sagrados ya no considerados ni científicos ni irrefutables como históricos, invita a los estudiosos bíblicos a ver la Iglesia del futuro más insertada en el mundo por el que se mueve. Carlo María Martini recibió en el año 2000 el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Fue claro partidario de volver a someter a debate el panorama eclesial, tras el largo reinado de Juan Pablo II, en un Concilio Vaticano III. Este es un punto capital sobre el que los jesuitas Bergoglio y Martini disentían por completo. Martini, en todo caso, fue un auténtico príncipe de la Iglesia, elegante, guapo, incluso coqueto, pelín arrogante, pero de ideas más avanzadas que las de Bergoglio que es un papa un tanto descuidado y desmadejado en su aspecto personal. Francisco no reside en las regias estancias pontificias del Vaticano sino que ocupa habitación en la Residencia Santa Marta y es sin duda el pontífice más austero de los últimos años y aun siglos. Viste la sotana blanca con esclavina como si fuera un mono de trabajo y el faldón papal deja trasparentar unos pantalones negros que cubren las piernas del pontífice.

Es conveniente insistir en que el desconocimiento de este papa es suficientemente grande como para que pase ante la opinión pública por ser lo que no es. Esta ignorancia es congénita entre los católicos, muy especialmente entre los españoles que siempre fueron tenidos por los ciudadanos más católicos del mundo y alardearon de ello como fieles defensores del solio pontificio. Los españoles presumieron de católicos sin preguntarse nunca por qué motivo, en realidad, eran católicos y se proclamaban creyentes fervorosos en el Dios uno y trino.

Hace setenta años, los españoles eran católicos muy mayoritariamente de la misma manera que hoy la mayor parte de los españoles reniega de la fe católica pero sin saber por qué. Ayer, se movían por ignorancia y hoy también. Aplicado esto a la polémica en torno al papa, es forzoso afirmar que los españoles desconocen quién y cómo es el Papa. Se ataca a una personalidad más bien desconocida y que, por tanto, importa poco, motivo por el que son minoría los españoles que se inmutan ante las agresiones, aunque solo sean dialécticas, contra el Romano Pontífice.

Y resulta que este papa es un señor argentino, ocurrente, muy ocurrente, de verbo fácil y fluido, sumamente imaginativo. ¿Habla demasiado y hace poco? Pues él parece pensar que “al menos me queda la palabra”. Sus denuncias no dejan indiferente a nadie. Como cuando dijo que el neoliberalismo también produce “hambruna cultural”. O cuando llamó al Mediterráneo “Mare Mortuum” porque se está convirtiendo en sepultura de miles de personas que huyen de sus países en frágiles pateras, buscando un refugio seguro y estable. O ahora cuando ha afirmado que en Occidente los matrimonios no tienen hijos pero sí mascotas en sus casas. Las asociaciones protectoras de animales han saltado contra el pontífice catapultadas por la ira de sus asociados.

La visita de la vicepresidenta del Gobierno Yolanda Díaz al papa fue calificada de “cumbre comunista en el Vaticano”  en varios medios cercanos a la carcundia católica española.

   


¿Qué hacen en la Iglesia?

Si las denuncias del papa, sus censuras, anatemas y negras premociones molestan tanto a ciertos católicos, ¿por qué los creyentes ofendidos por su santidad siguen en el seno de la Iglesia como si nada? Si tanto odian al papa al que no dudan en tenerlo como auténtica encarnación del demonio, ¡que se vayan de la Iglesia, que apostaten de la fe católica! ‘Extra Ecclesiam’, fuera de la Iglesia, apóstata de por vida, se vive bien, en paz y concordia con los semejantes. Ni el ateísmo ni el agnosticismo producen cáncer, por lo que yo sé.

¿Qué hacen en la Iglesia, que pintan en su interior, todos los católicos que se sienten ofendidos y maltratados nada más y nada menos que por el representante, “la cabeza visible de Cristo en la tierra a quien todos estamos obligados a obedecer”, según el catecismo del padre Astete, también perteneciente, cómo no, a la Compañía de Jesús y cuyas máximas y definiciones aprendimos de memoria millones de españoles en nuestra infancia. Durante cinco siglos se enseñó el “Catecismo de la Doctrina Cristiana” del padre Gaspar Astete (1537- 1601) a los niños de los países de habla hispana. Desde el Concilio de Trento, en los tiempos de Martín Lutero, hasta hace unos años la Iglesia impartió la misma doctrina de forma inamovible.

La Iglesia progresa poco, se mueve lo menos posible, sea con este papa o con cualquier otro. Solo con el Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, pareció que el catolicismo iba a adaptarse a los signos de los tiempos. Pero el revolcón conciliar en eso quedó, en tsunami que puso a la defensiva al mundo clerical católico y pronto volvió a imponerse un nuevo orden vertical y disciplinar en la Iglesia que, como ahora se está comprobando, sirvió para bien poco. Tan ineficaz ha resultado este retorno al pasado, impulsado durante el largo pontificado de Juan Pablo II, que su eficaz colaborador y sucesor optó por renunciar al pontificado, algo que no había ocurrido en la Iglesia Católica a lo largo de los ocho siglos precedentes.

En realidad, este Papa es un perfecto desconocido para la inmensa mayoría de los españoles que no se consideran ni creyentes ni católicos.

    

Algo, sin embargo, aunque sea muy poco se mueve en al Iglesia. Tras la muerte de Juan Pablo II, sus eminencias los cardenales electores eligieron al que había sido su fiel y directo colaborador, el alemán Joseph Ratziger. Pero éste, inteligente y cerebral, optó por renunciar al pontificado y no por motivos de salud, precisamente. El gesto de Benedicto XVI sorprendió tanto a los católicos que un arzobispo, como el de Zaragoza, entonces Manuel Ureña, no pudo ocultar su emoción al comunicar la decisión del papa en rueda de prensa. Que un papa se marchara antes de morir pareció algo así como si el padre fuera recluido en un sanatorio y los hijos quedaran huérfanos sin que se hubiera producido la muerte del progenitor. La renuncia de Benedicto XVI sembró incertidumbre en el seno de la Iglesia. En el primer Cónclave celebrado en vida de un Papa durante ocho siglos, al menos, se eligió a un sucesor no rompedor pero sin duda de un talante muy opuesto al de Ratzinger y menos conservador que el alemán. Jorge Bergoglio, un pastoralista jesuita argentino, polémico y controvertido por su actuación como superior de los jesuitas de aquel país durante la dictadura militar encabezada por el general Videla, se hizo popular, quizá populista, como Arzobispo de Buenos Aires de donde saltó al pontificado romano.

Con la elección de Bergoglio, la Iglesia quiso dar un paso adelante en la reforma de algunos aspectos de su doctrina general así como en la gestión de las instituciones y estructuras eclesiales más importantes. Es posible que el paso dado haya sido diminuto e insuficiente. Pero parece que va a tener continuidad porque la mayoría de los cardenales electores del sucesor de Francisco han sido nombrados por el pontífice argentino.

Benedicto XVI se fue del pontificado en vida y le sustituyó Francisco, que el pasado mes de diciembre cumplió 85 años de edad y en marzo próximo llegará a los 9 de pontificado. Cuando alcance la década, —si la alcanza, que parece que sí porque se encuentra en estado de buena salud, a pesar de los achaques propios de la edad— renunciará al pontificado siguiendo el ejemplo de su predecesor. Que nadie tenga la menor duda. Los pontificados en la Iglesia Católica ya nunca más serán vitalicios. A Ratzinger y Bergoglio se lo tendrán que agradecer los católicos.■


Ramón Mur
Periodista

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