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| Inauguración del Espacio Expositivo de Arte Digital el pasado 1 de noviembre. |
La semilla que germina
El desarrollo de la vocación personal no suele ser un proceso aislado; se encuentra intrínsecamente entrelazado, y a menudo limitado o catalizado, por el entorno cultural que nos acoge. Las aspiraciones individuales no surgen en un vacío, sino que son el reflejo de las posibilidades, las herramientas y los roles que la sociedad nos ofrece.
La
llegada de nueva expresión cultural o tecnológica, produce una redefinición
fundamental del imaginario colectivo sobre lo que es posible. Las grandes
revoluciones comparten un nacimiento singular que nada hacía presagiar su
desarrollo posterior. Crean un aliciente crucial que permite que los talentos
latentes se manifiesten y desarrollen.
En
1895 nace el cine de la mano de los hermanos Lumière. La salida de los obreros
de la fábrica: un plano fijo de menos de un minuto, grabado con un
cinematógrafo que los Lumière habían desarrollado, se considera la primera
proyección cinematográfica.
El
cine nació como una curiosidad técnica, accesible sólo a quienes tenían acceso
a aquel invento: un aparato pesado, caro y complejo.
Sin
embargo, la semilla había sido plantada. Pocos años después, Georges Méliès —un
mago de teatro con recursos limitados— usó esa misma tecnología para crear
Viaje a la Luna (1902). Con trucos manuales como la icónica imagen del cohete
clavado en el ojo de la luna, escenografías pintadas y una sola cámara inventó
el cine fantástico. Lo que empezó como un dominio de inventores y showmans se
expandió: llegaron las escuelas de cine, los estudios, los guionistas, los
montajistas. Aquella semilla germinó. En unas pocas décadas, el cine dejó de
ser una rareza para convertirse en el arte narrativo del siglo XX, con
millones de creadores en todo el mundo. Hoy, cualquier persona con un teléfono
graba, edita y publica historias en movimiento.
El
ciclo se repetiría más tarde con el nacimiento de la informática en la década
de 1940. Una tecnología que inicialmente requería de equipos de ingenieros para
manejarla y a la que sólo un reducido número de personas tenían acceso. Sin
embargo, el terreno estaba abonado; alrededor de los primeros ordenadores se
creó un ecosistema de creadores que transformaron ideas en realidades
digitales. En cuestión de décadas lo que era un club exclusivo se convirtió en
un movimiento masivo: millones de usuarios crearon software, juegos y
aplicaciones. El brote se extendió; hoy, la informática impregna todos los
aspectos de la vida, desde el diseño gráfico hasta la inteligencia artificial.
En
la actualidad estamos viviendo la génesis de una nueva forma de expresión
artística. Si bien hasta ahora conocíamos la existencia del arte realizado con
herramientas informáticas (arte digital
tradicional), el desarrollo de las inteligencias artificiales generativas
supone una disrupción con la idea que teníamos hasta ahora de arte.
La
IA no es una simple herramienta que ejecuta una orden manual, sino que
introduce un nuevo colaborador al proceso: el algoritmo; un motor que interpreta,
sintetiza y materializa conceptos abstractos a partir de instrucciones
lingüísticas o visuales. Esto fuerza a redefinir el rol del artista,
desplazando el enfoque desde la habilidad técnica de la ejecución manual
hacia la capacidad conceptual de la dirección creativa. La IA elimina la barrera de las habilidades
motrices y el dominio complejo del software. Cualquiera con una idea y
la capacidad de articularla puede ser un "creador" instantáneo. Esto
baja aún más el umbral de entrada al ecosistema artístico, incentivando a que
más personas experimenten y, potencialmente, descubran una vocación en la
dirección de la IA.
En
el Bajo Aragón Histórico existe un tejido emergente de artistas, creadores
audiovisuales y profesionales del entorno digital. Un grupo de pioneros
atraídos por esta nueva tendencia global y cuya experiencia es fundamental.
Destaca la labor de la asociación cultural Las Ranetas, que a mediados
de la década de 2010 impulsó proyectos pioneros en arte digital, como el I
Certamen de Experiencias y Cortos en Realidad Virtual (2015), uno de los
primeros en Europa en usar las gafas Oculus Rift. Entre 2016 y 2018 celebraron
diversos festivales de realidad virtual y aumentada, y en 2019, el 5º Ranetas
VR Fest incorporó por primera vez obras creadas con inteligencia artificial,
consolidando la unión entre arte y tecnología.
La
semilla digital introducida por Las Ranetas germinó el pasado 1 de noviembre
con la inauguración del Espacio Expositivo de Arte Digital con sede en el
Molino Mayor Harinero. Este espacio nace como punto de encuentro entre la creatividad,
la tecnología y la ciudadanía. Su propósito es difundir, promover y dar
visibilidad a la cultura digital contemporánea, poniendo especial énfasis en
las nuevas formas de expresión artística vinculadas al arte digital, la
animación, la fotografía
digital,
el diseño interactivo o los efectos visuales. Pero más allá de exponer obras,
el Molino se concibe como un catalizador de vocaciones: un lugar donde la
curiosidad se transforma en oficio mediante la experiencia directa, guiada y
progresiva. El Molino Mayor, con su origen medieval y su actual función como
sede del Centro Íberos en el Bajo Aragón (CIBA), es un símbolo del patrimonio
industrial y arqueológico de Alcañiz. Alberga colecciones de piezas íberas y
tiene un valor cultural significativo como parte de la Ruta Íberos en el Bajo
Aragón. Al integrar el Museo de Arte Digital en este edificio, se crea una
conexión entre pasado y futuro que sirve como puente entre la historia medieval
y prerromana de Alcañiz y las tendencias más innovadoras del arte digital.
Alcañiz
ha sido Motor a lo largo de su historia. Lo fue en el S. XVI cuando en la
ciudad se creó un entorno propicio para el desarrollo del pensamiento humanista
iniciado por Juan Sobrarias y que contribuyó a la vocación de un grupo de
estudiosos que ayudó al desarrollo del Humanismo en España; lo fue desde 1965
cuando la visión de un pionero propició la organización de grandes premios
automovilísticos sin los que no se entendería el Alcañiz actual; y quiere
volver a serlo a través de un espacio que introduce a la ciudad de Alcañiz en
la vanguardia del arte.
El
proyecto aspira a replicar, en el ámbito del arte digital, la trayectoria del
Conservatorio Profesional de Música de Alcañiz: un espacio que, partiendo de
orígenes humildes en el antiguo teatro, forjó con esfuerzo colectivo un
ecosistema cultural vibrante y hoy disfruta de instalaciones de referencia. Así
como aquel conservatorio transformó la afición en profesión y la música en seña
de identidad local, este molino busca convertir la curiosidad tecnológica en
vocación creativa, consolidando un polo de innovación que nutra y sea nutrido
por la ciudadanía.
El
reto ahora no es tecnológico, es comunitario. Tras el primer paso dado, el
ecosistema debe crecer por imitación y transformación. Necesitamos que el
docente comparta sus inquietudes con el estudiante, que el programador
encuentre al poeta, que el diseñador se cruce con el historiador. Necesitamos
que los que ya crean en silencio en sus casas se atrevan a mostrar sus
experimentos, y que los que aún no se atreven descubran que hay un lugar para
empezar.


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