02 enero 2023

#AlbertoDíaz - Librerías y bibliotecas: nadie apagará la magia del libro




Librerías y bibliotecas: nadie apagará la magia del libro


Vamos a empezar este año azaroso y mal encauzado en muchos –demasiados– aspectos, con un canto enamorado a la lectura y a los libros, como un guiño a los dioses caprichosos que rigen el destino de los pueblos y el azar de los acontecimientos. 

Mantengo con tesón la idea de que no hay mal que no alivie una hora de lectura intensa o, por lo menos, que endulce un poco la amargura de ciertas situaciones personales o públicas o que destense y distraiga a la mente del agobio de las crisis concatenadas que nos afligen –guerra en Europa, cambio climático, economía, resurgencias epidémicas, violencia y agresividad…– en fin, como diría Mafalda, el “principióse” del “acabóse”. No hablo a humo de pajas: soy uno de esos sujetos más o menos memorables (por años, que no por méritos) o “memo-riable”, que ha ido sumando decenios y a través de su dilatada vida ha comprobado personalmente –y en amigos, conocidos y en la casi totalidad de los del gremio de la pluma, el libro y el pensamiento– que el citado aserto sobre la bondad salutífera de la lectura, entre otros efectos “casi mágicos”, es verdadero y comprobable incluso científicamente.

Cuando leemos se activan dos rutas cerebrales, la fonético-fonológica y la léxico semántica que se unen en el lóbulo temporal superior de nuestro cerebro y posibilitan el milagro evolucionista de la lectura, decodificando los signos y dándoles un significado y un sentido que les insufla el hipocampo (sede de la memoria) y la amígdala (emociones). Como escribe Sebastià Serrano en “El regal de la lectura” (Arallibres): “leer es un ritual mediante el cual los textos creados por un autor se convierten en un narrador interno, el lector, en su propia voz dentro del cerebro”. Y más adelante: “La lectura permite conocer y aprender estrategias cognitivas y emocionales capaces de ayudarnos al auto diseño de la propia personalidad y la mejora de muchos de sus aspectos”.

Por tanto este panegírico a la lectura vamos a transformarlo en un ameno e instructivo paseo por los libros y autores que han mostrado en sus textos la convicción común a todos nosotros de que el mundo del libro, las librerías y las bibliotecas no desaparecerán jamás, porque es un invento que cumple una función humana de primerísimo orden, tanto que es una de las que nos hace propiamente humanos: el vehículo de expresión del pensamiento, la belleza, la dignidad y los anhelos de nuestro género, ay, por otro lado, tan censurable y problemático como nos cuenta la historia y vemos cada día.

Ha sido la lectura de “El fantasma de las palabras” de la encantadora septuagenaria Louise Erdrich (Editorial Siruela), la que me ha ofrecido la imagen nutricia de la idea que subyace en este artículo: la perennidad del libro, de los lectores y de los sueños que los enlazan a ambos a través de las palabras. Y el diálogo de Umberto Eco y Jean Claude Carriére (“Nadie acabará con los libros”, Ed. Lumen) el argumento complejo que anida en el corazón de los amantes de los libros: es uno de los inventos humanos-llave, como la rueda, las tijeras o la cuchara, destinados a sobrevivir por encima de cualquier cambio tecnológico en el mundo histérico, líquido y sin pausas, descansos o respeto, bajo un ritmo no asimilable, que se nos está imponiendo a causa de la falta de orientación de lo humano. Como a ese personaje central (y fantasmal) de la novela de Erdrich, Flora, a la cual la pasión por el libro y la lectura –y algo más, que no les desvelaré– ha rescatado de la muerte y le permite deambular de forma irritante por los pasillos de la librería que visitó muy a menudo en vida molestando recalcitrantemente a la librera. A muchos de los personajes y autores de los libros que les voy a recomendar les alimenta esa misma pasión que algunos de ustedes, lectores de estas líneas, conocen bien y, si acaso, empiezan a conocerla, persistan en ella, porque es uno de los “alimentos terrestres” que nutre el alma como si fuera el “soma” de Huxley: la lectura.

Ese es precisamente el encanto que produce la lectura de las novelas que el norteamericano Christopher Morley dedicó a su tema favorito: “La librería ambulante” y “La librería encantada” (Ed. Periférica) situadas en un época ya algo lejana pero cuyo humor y fuerza literaria evocativa, les hará pasar un gran rato. Asegurado. En la siguiente época, tras la II Guerra Mundial, Mary Ann Clark Bremer con su “Una biblioteca de verano” y Petra Hartlieb con “Mi maravillosa librería” (ambas en Ed. Periférica) ambientada en Viena en nuestros días, evocan el poder de atracción que suscitan las librerías y el mundo que ellas contienen, como aglutinador humano.

En otro registro, el francés David Foenkinos escribe “La biblioteca de los libros rechazados”, (Ed. Alfaguara), que es una especie de “thriller” literario sobre un “best seller” con un autor fantasmal, donde el amor a las palabras se mezcla con el amor entre las personas.

Tampoco un clásico como Aldous Huxley se libra de fantasear sobre este mundo dinámico y mágico que rodea a los libros, y así nos deleita con “Si mi biblioteca ardiera esta noche” (Edhasa), que es un conjunto de artículos sobre la lectura. Con un dato sorprendente: años después de publicar este libro, la biblioteca personal de Huxley en Los Ángeles se consumió por un incendio fortuito. Para aligerar un poco la lectura, una recomendación amable y divertida: “La pequeña librería de los corazones solitarios” de Annie Darling (Ed. Titania) sobre una lectora compulsiva de novelas de amor que lucha por sacar adelante, en Londres, una pequeña librería muy especial.

En otro orden de cosas, cuestiones menos amables, como las dificultades familiares de una librera japonesa en “Hôzuki, la librería de Mitsuco” (Nórdica libros) de la canadiense de origen japonés Aki Shimazaki. O como las relaciones a través de los libros entre una madre muy enferma y su hijo, de Will Schwalbe, “El club de lectura del final de tu vida”, (Arallibres). O, a propósito de Zweig, una deliciosa narración “La pequeña librería de Stefan Zweig” (Ed. Berenice) de Francisco Uría, que es el arte de convertir un detalle biográfico real, la escala en Vigo del barco que llevaba al escritor alemán al exilio en 1936, en una deliciosa cita imaginativa entre un librero gallego –preocupado por la guerra civil española, recién declarada– y un escritor alemán que temía por su vida, con la sombra homicida de Hitler a sus espaldas. El mismo escritor que más tarde, durante su exilio forzoso (que terminó en suicidio), escribió: “Los libros son mejor compañía que los humanos… son entidades físicas que median entre este mundo y otro superior”. Y, en un texto escrito poco antes de morir, recordaba su gran biblioteca perdida en Alemania: “Ahí estaban mis libros, esperando, en silencio. Mudos, se alinean en sus estantes a lo largo de la pared… ni te llaman, ni te suplican… esperan a que te muestres receptivo hacia ellos, solo entonces se te abren. Primero tenemos que sentir la paz en nuestro interior: entonces es cuando estamos listos para ellos”. Y por esas incesantes lecturas, Zweig encontraba en su vida cotidiana lo que Aristóteles llamaba “anagnórisis”, “el más enigmático de los deleites estéticos”, cuando “reconocía” lugares, personas, caracteres o situaciones del mundo real que parecían reflejos de su memoria literaria.

Y para terminar, no se pierdan (hablando de las virtudes terapéuticas de la lectura) la novela de Elizabeth Noble, “El grupo de lectura”, (Ed. Roca) donde un grupo de damas casadas, en general con maridos insoportables e hijos incomprensibles, forman un pequeño club de lectoras donde las novelas y los personajes que analizan, acaban constituyendo no sólo una forma de aprendizaje psicológico de resistencia y de mejora, sino una percepción diferente de sus vidas y de sí mismas. Y como broche, el ensayo del zaragozano Ángel Esteban que en “El escritor en su paraíso” (Ed. Periférica) nos cuenta la vivencia, poco conocida, en las biografías de treinta grandes autores que, en algunos periodos de su existencia, fueron bibliotecarios. Con un delicioso prólogo de Mario Vargas Llosa, Esteban nos cuenta las cuitas libreras de figuras como Georges Bataille, Borges, Lewis Carroll, Richard Burton, el gran ensayista del siglo XVII, autor de “Anatomía de la Melancolía”, Casanova, Rubén Darío, Goethe, los hermanos Grimm, Hölderlin, Musil, Onetti, Proust (éste no se estrenó en el oficio) y, por supuesto, el prologuista Vargas Llosa, entre otros.

La diversión está asegurada. Son quince libros que tienen como temática y motivo argumental a los libros, las librerías y las bibliotecas. Por esa razón, me excusan de la habitual lista bibliográfica. Tienen el autor, el título y la editorial, de cada uno de ellos. Si además tienen humor y ganas de pasarlo bien, ya saben. Contribuyan a que no cierren las librerías y las bibliotecas se queden sin socios y se conviertan en lugares fantasmales (para dolor de muchos de nosotros y desamparo y ruina intelectual de nuestros descendientes).■

Alberto Díaz
Periodista, Psicólogo y Crítico literario
charlus03@yahoo.es

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