Annabel Roda - periodista freelance
abril 2020 ACTUALIDAD | CORONAVIRUS | CUARENTENA
El coronavirus ha revolucionado la cotidianidad en nuestros pueblos, pero la vida continúa de puertas hacia dentro
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Los balcones de nuestros pueblos se están llenando de mensajes de solidaridad en estos días de confinamiento / A. Roda
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Es miércoles por la mañana y llevamos más de una semana de confinamiento. Aún no se puede usar esa expresión sin imaginarnos una película de ciencia ficción. Pero es miércoles y Ana ofrece clases gratuitas online de danza para todo aquel que lo necesite desde su casa. Esta joven de Fórnoles recuerda el enfado que le provocó el anuncio del confinamiento. El jueves entraba a trabajar en una escuela infantil y el viernes ella misma colgaba el cartel de cerrado hasta nuevo aviso. “Estaba arrancando muchos proyectos personales, a parte de la escuela”, cuenta.
Un enfado que en pocos días lo ha transformado en teletrabajo y tranquilidad. “Si esto es lo que hay, lo pasaremos de la mejor manera. He cambiado ese enfado por algo que me produce bienestar y he escogido cuidarme. Estar tranquila en casa, hablar con las personas que quiero por las redes sociales”. Admite que le preocupa la incertidumbre que rodea su situación laboral, aunque es consciente de que no tiene una hipoteca ni cargas familiares que compliquen su economía y vivir en un pueblo le facilita esta situación. “Todos tenemos gallinas o un huerto o alguien que comparte y comida no me faltará en casa”. Una solidaridad entre vecinos que a pesar del confinamiento, esta joven profesora explica que se mantiene en su localidad.
De los frutos que da la tierra, Ana desea que el confinamiento sirva para valorar de una vez por todas al sector primario. “Ojalá que esta revuelta traiga una reforma política de apoyo a los agricultores porque abusamos de ellos. Ojalá que todo lo que está pasando sirva para darnos cuenta que si un agricultor no va a trabajar, no comemos”, dice con voz pensativa.
Maite nació en tiempos de posguerra y recuerda la
miseria de esa época que le parece, en parte, similar al confinamiento.
Y es que Chema se levanta bien temprano para cuidar de sus olivos, estos días, sin la compañía del único empleado que tenía. Más allá de esto, afirma que el confinamiento no le ha cambiado mucho su forma de vivir. “Ayer me fui con el tractor al campo y no estuve en contacto con nadie. Yo hago todo lo que hacía antes con las precauciones de higiene que se exige en este momento”, explica este maellano.
Ahora bien, es una realidad “trastornada”, comenta, ya que debe encargarse tanto de trabajar como de hacer las compras y todos los recados para sus padres algo mayores. A ello, apostilla que los almuerzos con compañeros de profesión y sus escasas escapadas para visitar a amigos quedan aparcadas sin fecha concreta. A la pregunta de si esta situación va a marcarnos como sociedad, este joven agricultor apuesta que “los meses después del confinamiento pueden ser raros. Luego, las aguas volverán a su cauce”.
Todo lo contrario opina Inma, propietaria de una peluquería en Cretas. “Esto es un reset de vida en todos los niveles”. Durante estos días de encierro “te das cuenta de este capitalismo tan grande, del consumismo que tenemos y notas que el 90% de las veces no te hace falta”.
Inma confiesa que esta situación le está cambiando la mirada, pero la reclusión no es fácil. “Se me hace muy duro estar en casa. Soy lo opuesto a una persona casera y lo estamos llevando como podemos, sobre todo, con mis hijas”. Esta cretense explica que se han marcado junto a su pareja y sus hija una rutinas en casa para organizar los deberes, los descansos, el tiempo de móvil y espacios para compartir entre todos. “Tenemos la suerte de tener terraza. El otro día hacíamos ver que saltábamos a la comba”.
En cambio, Fran está viviendo esta experiencia solo en Valderrobres, lejos de su familia que vive en Alicante. Este profesor de secundaria relata que lo más duro es el no poder hablar con nadie en persona. Eso, y que el trabajo desde casa no es lo idóneo en la materia que imparte: cocina. “Es una rama cuyo alumnado busca hacer algo práctico y tenemos que estar dando teoría”, lamenta.
“Ojalá que todo lo que está pasando sirva para darnos cuenta que si un agricultor no va a trabajar, no comemos”
Ese amargor que desprende la soledad también lo siente en parte Maite, una jubilada valderrobrense. A pesar de que se busca mil quehaceres por casa, se queja que pocas veces la han llamado para preguntarle cómo se encuentra. Maite nació en tiempos de posguerra y recuerda la miseria de esa época que le parece, en parte, similar al confinamiento. “Aún tenemos suerte que no es como una guerra porque no nos falta comida y tenemos la suerte de estar confinados en casas confortables en las que no pasamos frío. Pero de aquí, no puede salir una cosa negativa. Las generaciones actuales sabrán que un peligro puede existir y que de un día para otro puede ir todo al carajo”, reflexiona esta septuagenaria.
Es miércoles por la mañana y ya han pasado mil y una historias en los cuartos de nuestras casas. Se esperan todavía mil y una más.■
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