26 febrero 2023

Cabañas para crear

Imagen de portada: 'Lamaleza' es la performance creada por los artistas turolenses Carolina Ferrer, Jesús Bellosta y Roberto Morote durante la última residencia artística ARTECH en Tronchón. // Foto: Comarca del Maestrazgo.
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Cabañas para crear

La inspiración se esconde en tres residencias artísticas del Bajo Aragón Histórico

Texto: Annabel Roda Periodista Freelance

Alejarse, refugiarse, aislarse. Son muchos los escritores, artistas, científicos y filósofos que a lo largo de la historia han buscado un lugar al que huir o han echado el cerrojo de una habitación para dedicarse a crear. Desde el filósofo Martin Heidegger, el compositor Gustav Mahler a escritores como Emily Dickinson o Virginia Woolf. Esta última señaló este comportamiento como necesario para la creación en su ensayo Una habitación propia. Otra obra que encumbra el encierro voluntario creativo es Walden, la vida en los bosques de Henry David Thoreau, quien narra los dos años, dos meses y dos días que vivió en una cabaña construida por él mismo. Hoy ese alejamiento lo ofrecen numerosas residencias artísticas a lo ancho del país. En el Bajo Aragón Histórico nos hacemos eco de tres donde se teclea, esculpe y se crean instalaciones artísticas de forma individual o en grupo; con mucha o poca implicación de los lugareños; con ubicación permanente o itinerante; de iniciativa privada o pública. Pero todas ellas con un fin común: atraer la creación artística de referencia al mundo rural.


La puerta de entrada al refugio de escritores de Belmonte de San José // Foto: A. Roda


La Casa de Belmonte, un refugio para escritores

Para María Ruiz, la Casa de Belmonte llegó a convertirse en una residencia literaria por un milagro. “Nunca había planeado un proyecto así, pero estoy entusiasmada”, lo dice con un fervor e ímpetu que sacude a cualquiera. Hace seis años, María se instaló en Belmonte de San José en la comarca bajoaragonesa junto a su pareja. Publicista y arquitecto, ambos trabajan en remoto desde hace décadas y buscaban un lugar en el que instalarse tras un lustro en Mallorca. Estaban enamorados del paisaje mediterráneo y encontraron en Belmonte, “el Mediterráneo vacío”, dice María. “Es el mismo paisaje, los mismos olivos, los márgenes de piedra, pero en lugar del mar tienes el cielo”. Les costó encontrar casa, pero finalmente apareció una donde dominaba la luz llena de balcones y ventanas que miran a la plaza del pueblo. La reformaron respetando su pasado. En el jardín construyeron una pequeña casita donde viven ambos.

Una vez restaurada probó a explotarla como casa rural durante dos años, pero la experiencia no la convenció. Fue una amiga quién le dio la idea de convertirla en residencia artística. “Comencé a entrar en webs de residencias de artes escénicas, artísticas… Vi que necesitaban mucho espacio del que yo no disponía para escultores o pintores”. En un momento dado, cayó en la cuenta que tenía muchos amigos que escribían y pensó que la casa era ideal para escritores.

El primer residente que inauguró el refugio de escritores de Belmonte fue Manuel Guedán que llegó en marzo de 2020 para terminar su novela Los sueños asequibles de Josefina Jarama (Alfaguara), publicada un año después. En este primer mes del 2023 quién se refugia en la Casa del Belmonte es Rafa Boladeras. Hace un año que este periodista cultural y escritor engrosa la legión de nómadas digitales. “Mis clientes son estadounidenses, por tanto puedo trabajar desde cualquier lugar. Así que aprovecho para ver mundo”, nos cuenta desde su habitación en Belmonte en la que predomina una cama doble y encima de un escritorio amplio dos pantallas. Rafa vive en diferentes países europeos y cuando vuelve a Barcelona a visitar a su familiar, Belmonte de San José es su base de operaciones. El boca-oreja es el culpable. Una amiga le habló de esta residencia, lo probó durante una semana y le encantó. Esta es su tercera estancia en la Casa en las que suele permanecer un mes.

La residencia tiene capacidad para alojar a cuatro escritores a la vez. Ante la idea de compartir espacio con más compañeros de profesión, Rafa afirma sin titubeos que es mucho más divertido cuando hay otros residentes, aunque hay momentos de creatividad que exigen soledad. “Ahora que estoy en la fase final de un proyecto, me viene mejor que haya gente porque así lo puedo comentar con el resto. Cuando estoy en una fase muy inicial del proyecto, prefiero estar solo”, explica.

Dos años después de arrancar esta residencia, Ruíz recibe dos o tres peticiones semanales. Una repercusión que, en parte, viene dada por la beca que ofrece y cuyos premios son un mes y dos semanas de estancia para tres ganadores. Lleva ya dos ediciones en las que ha contado para el jurado con escritores de la talla de Sergio del Molino y Sabina Urraca. La ganadora de la última beca fue la malagueña Violeta Niebla. “La experiencia fue mucho mejor de lo que esperaba. Para empezar no me pusieron ninguna pega en ir acompañada del perro al que hacía dos meses que había adoptado. Allí conseguí dar con la estructura, hacer el guión y avanzar hasta las 150 páginas”, comenta Violeta. Para ella, lo mejor fue poder dar unos paseos larguísimos por el campo con su mascota y ver la Vía Láctea, corzos y zorros. Cuando llegó, el único bar del pueblo estaba cerrado y comenta que “las salidas diarias las hacía al campo y no me cruzaba con seres humanos”.

María, de alma inquieta, no solo se queda con la beca y el alojamiento exclusivo a plumillas. Cree firmemente que la residencia literaria puede ser un motor de dinamización cultural de la zona y se ha embarcado en los “Encuentros Sonados” con escritores. Una iniciativa literaria que busca reunir a varios escritores noveles con un escritor o escritora experimentado para convivir durante varios días en un proyecto de creación colectiva. El primero tendrá lugar a principios de este mismo febrero y contará con la presencia de Cristina Morales, la autora de Lectura fácil y ganadora del Premio Nacional de Narrativa en 2019.


La escultora Noemí Palacios durante su residencia en el Centro Integral para el Desarrollo del Alabastro // Foto: CIDA


CIDA, esculpir el tesoro bajo los pies

Para Santiago Martínez, el Centro Integral para el Desarrollo del Alabastro (CIDA) ha generado un interés artístico por el alabastro inesperado. “Este mineral es súper versátil. Tiene muchas aplicaciones desde la decoración de interiores, paneles retro iluminados, el polvo de alabastro deshidrato se utiliza en sector alimentario o cocido y machado se produce el yeso tradicional”, explica este historiador del arte y responsable de la gestión del centro ubicado en Albalate del Arzobispo.

El alabastro es un mineral muy blando, de fácil talla. Una piedra translúcida con unas calidades muy parecidas a las del mármol y estrechamente vinculado al territorio: el 90% del alabastro mundial se produce en Aragón, concretamente entre las comarcas de Bajo Martín y Ribera Baja. De las empresas extractoras, hay dos que se encuentran en Albalate del Arzobispo y La Puebla de Híjar respectivamente.

En 2003 para impulsar el sector económico de este mineral, se inauguró el CIDA en el municipio albalatino con la idea de ser un espacio de formación en este material. Sin embargo, no fue hasta 2018 que el centro repensó su rumbo. “Dos años antes, me encargué de dos talleres de empleo de escultura en el centro. Me dio pie a entrar en contacto con el sector, ver que era un mineral que tenía muchas posibilidades y que, además, existían unas instalaciones por aquel entonces infrautilizadas a las que se le podía sacar mucho partido. Entonces empezamos a idear y de ahí, surge este proyecto que en un principio ha sido promovido gracias al apoyo de los distintos ayuntamientos”, cuenta Martínez.

Actualmente, el CIDA es un centro de producción de arte contemporáneo, pero también es un centro de formación especializada en la talla de escultura del mineral. Desde 2018 a 2022, 14 artistas han realizado una residencia artística en el centro que ofrece: materiales, herramientas, infraestructura y el saber hacer de los gestores. “Las residencias son temáticas. Pedimos a los artistas un proyecto artístico a desarrollar porque junto al proceso creativo y junto a la realización del proyecto en el Centro buscamos después que el resultado de esa residencia se pueda mostrar a través de exposiciones”, comenta Martínez.

Las residencias tienen una duración de un año aproximadamente que el artista puede realizar en varias fases. Es el caso de Noemí Palacios, la última residente del centro y que ahora mismo se encuentra cerrando los últimos detalles de su obra en la localidad del Bajo Martín. Su estancia la ha fragmentado en cuatro visitas y poder compaginarlo así con su labor como escultora y docente. Y es que Palacios tiene una gran trayectoria a sus espaldas, sus obras han viajado por medio mundo desde Italia a Japón. Unas esculturas “autobiográficas”, afirma. “No dejan de ser un diario de mi vida en el que expreso inquietudes, emociones. Intento hacer poesía visual y me inspiro en las formas de la naturaleza; desde el mundo microscópico hasta las formas marinas”.

A pesar de que Palacios trabaja con materiales calcáreos —rechaza otras piedras porque desprenden tóxicos—, su residencia en Albalate y su anteriores experiencias en el centro como docente la han redescubierto el mineral aragonés que usa principalmente para maquetas. “Trabajo generalmente con mármoles o piedras más duras porque las obras son de exterior, pero ha sido un redescubrimiento el hecho que sea un material más manejable agiliza el proceso de trabajo. Además de que tiene una calidad de acabado que es una joya”.

Esta residencia artística —la primera que realiza la artista— le ha permitido desarrollar un proyecto personal pendiente: la asimilación de un duelo. El resultado son seis piezas de pequeñas dimensiones, un detalle particular en la obra de esta escultora cuyas obras pueden llegar a pesar 12 toneladas. Ahora junto al CIDA, están trabajando para convertir esas piezas en una exposición itinerante. “Para nosotros es muy importante también que estas exposiciones se puedan hacer en el territorio porque eso implica revitalizar la escena cultural local; que la gente pueda entablar relación con la gente que ha pasado por aquí y que el artista pueda explicar su obra”, argumenta el responsable del CIDA.

Unas sinergias entre gente local y artistas que se van construyendo piedra a piedra. “Creo que a poco a poco Albalate se va sintiendo partícipe del alabastro y de todo lo que comporta su vida. Al final vienen energías diferentes de gente de diferentes culturas y países y claro, creo que es enriquecedor tanto para la gente del pueblo como para los artistas”, sentencia Palacios.


“La esencia del queso” fue la obra creada por la artista ucraniana Kateryna Kuzmuk que se inspiró en el queso de Tronchón y en las familias que trabajaron en diferentes fábricas de este pueblo. // Fotos: Comarca del Maestrazgo


ARTECH, una residencia para artistas y locales

Para Sonia Sánchez, ARTECH es una oportunidad para fomentar el orgullo entre las gentes del Maestrazgo. “El arte es una forma de comunicación. Entonces, si conoces el patrimonio de las personas que te rodean, su carácter, su forma de gobierno, lo que han hecho sus antepasados es una oportunidad de hacer algo útil para ellos”, señala la técnica de Patrimonio de la Comarca del Maestrazgo.

Arte, Redescubrimiento, Tradición, Eclético, Contemporáneo y Herencia son los conceptos que esconde detrás de sus siglas en inglés esta residencia artística. Un proyecto europeo del que han formado parte la Comarca del Maestrazgo junto la entidad rumana Transilvania Trust, la fundación albanesa Girokastra y el festival ucraniano Archikids. “En el 2016 empezamos a traer a los alumnos de Bellas Artes del Campus de Teruel hasta nuestros pueblos durante un fin de semana para tener una convivencia efectiva con los vecinos y que sus obras fueran una manera didáctica de expresar las nuevas posibilidades del arte contemporáneo”, explica Sánchez. Esa experiencia entre estudiantes de Bellas Artes y locales se repitió a lo largo de cuatro años. “Poco después entramos a formar parte de un proyecto del programa Europa Creativa junto a otros tres países en el que quisimos ser más ambiciosos y en lugar de un fin de semana, planteamos un encuentro de una semana. Una convocatoria abierta para artistas locales y de los otros países socios del proyecto”.

Dos años —a efectos prácticos tres a causa de la pandemia— en los que artistas de diferentes disciplinas desde pintura, performance, música, instalaciones artísticas a la escultura se reunieron en Cantavieja y Tronchón con un objetivo: transformar el patrimonio de ambos pueblos a través del arte contando con los vecinos y vecinas. “El mandato era que las piezas creadas sirvieran para comunicar qué tiene de especial ese patrimonio sobre el que están trabajando y ponerlo en valor, al mismo tiempo que ese lenguaje artístico fuese dirigido a los vecinos”, cuenta la técnica de Patrimonio. Unas obras artísticas que se conjugaban con actividades y talleres dirigidas por los propios artistas a la gente local.

Las piezas creadas durante una semana en colectivo por los artistas y moldeadas en parte por la convivencia con la gente de cada pueblo solo tenían una condición: ser efímera y respetuosas con el entorno. Materiales naturales y técnicas dramatúrgicas son las herramientas que aplicó el artista turolense Darío Escriche en la performance ‘Carboneras’ durante la estancia en Tronchón este pasado verano. A partir del uso del carbón vegetal como seña identitaria del medio natural tronchonero, Escriche mostró con su obra el trabajo de los carboneros y su legado, que transforman un árbol en alimentos para la familia.

No es baladí que los árboles tuvieran un protagonismo en esta pieza. Este artista transdisciplinar —como se define a sí mismo— ha encontrado en los árboles la línea que vertebra todo su trabajo. “Como materia siempre trabajo el árbol desde una forma más o menos conceptual. A veces es a través del grabado, a veces de la fotografía, pero rehúyo mucho del material. Me gusta más pensar en la idea de dentro de la obra, en el concepto. La forma, el cómo contarlo, ya depende del contexto en el que vayas a hacer la obra”, cuenta el propio Escriche desde Albalate del Arzobispo. Justo este mes le pillamos colaborando en el Centro Integral para el Desarrollo del Alabastro en su faceta como fotógrafo, diseñador y comunicador.

Para Escriche que ha participado en todas la residencias ARTECH e incluso, en una de las realizadas en los países europeos socios del proyecto, afirma que cada residencia es diferente. “Por el pueblo que toque, por la gente que va. Pero si algo tienen en común entre ellas son la confluencia de muchos residentes de otros países que habitualmente no es fácil encontrar”.

Una residencia artística cuyo fin no es la creación de obras sino la “mediación cultural”, señala Escriche. “Cuando hablamos de arte contemporáneo o arte a secas, tienes que hacer prácticamente de mediador cultural más que de artista. Hay que entender a los vecinos y que ellos te entiendan porque hay una separación muy grande entre los contextos rurales y la cultura contemporánea”. Por esta razón, el artista procedente de la localidad de Fuentes Claras argumenta que su oficio como artista en el medio rural debe compaginarse con la creación y la divulgación a partes iguales.

La itinerancia y su temporalidad son otra de las señas de identidad de esta residencia creativa que ha permitido dinamizar culturalmente varios pueblos de la comarca. “¿Un lugar fijo para esto?”, se pregunta Sánchez. “Creo que necesitaría una gestión y unas condiciones que desde la Administración son difíciles de prestar”, reflexiona la técnica de Patrimonio del Maestrazgo la cual está sumergida en un proceso de evaluación del programa. Tras seis años en funcionamiento, ARTECH clausuró su última residencia este pasado verano. Toca replantear el proyecto. “Creo que tendríamos que intentar llegar a todos los pueblos, e incluso dar una especialización a cada residencia, pero hay que parar y replantear un sentido a todo lo hecho hasta ahora. Ver qué camino vamos a tomar”, concluye.

 


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