07 febrero 2022

#AlbertoDíaz - Cómo se fabrica un icono cultural, cien años del “Ulises”



Cómo se fabrica un icono cultural, cien años del “Ulises”


Como le ocurría a Walter Benjamin, odio los traslados y los cambios de domicilio, en los que se suelen perder muchos libros y entre ellos alguno que amas. Uno de esos libros “extraviados” era importante para mí. Se trataba de la primera edición en español del “Ulises” de James Joyce. Era un libro editado en 1945 en Argentina bajo el sello de Santiago Rueda y traducido por J. Salas Subirats. Lo compré a finales de los 60 en una librería de viejo de la calle Aribau, muy caro y de “tapadillo” pues, por alguna razón, la censura franquista lo consideraba un libro “peligroso” (podía ser “escandaloso” u “obsceno”, no “peligroso”). 

Ese libro sería el germen inspirador de una de mis primeras novelas, “Cualquier día en la ciudad”. Hasta 1976 no se publicaría en España la novela cumbre de Joyce –traducida por el profesor Valverde, que no reconoce la de Salas, pero la usa sin llegar a superarla-, aunque en Galicia se habían publicado fragmentos de la novela, en gallego naturalmente, en 1926, sólo cuatro años después de su primera edición en inglés.

Hace cien años, el 2 de febrero de 1922, se publicaba la primera y problemática edición del “Ulises” de James Joyce, justo el día de su 40º cumpleaños: nació en la capital de Irlanda el 2 de febrero de 1882. Desde el año 1954 se celebra cada año en Dublin el “Bloomsday”, (día de Bloom, el personaje central del “Ulises”) conmemorando el día en que transcurre la acción narrativa de la novela citada, 16 de junio de 1904, que es, también, el día en el que James Joyce tuvo su primer encuentro amoroso con Nora Bernacle, con la que años más tarde se casaría. Nora le daría dos hijos, estaría con él toda su vida hasta la muerte de Joyce el 13 de enero de 1941 en Suiza, con 58 años. El 16 de junio de cada año, “letraheridos” de todo el mundo se citan en la capital irlandesa para pasear por sus calles y plazas, siguiendo un itinerario prefijado, visitar los pubs y beber y comer más o menos lo mismo que los personajes creados por la compleja mente del señor Joyce.

Precisamente una de las razones que pesan más en la mercantilización posterior de la obra de Joyce y del “Ulises” en especial, fueron las enormes dificultades para su publicación inicial. Desde el juicio por obscenidad en Estados Unidos que atemorizó a posibles editores –creándose un floreciente negocio de ediciones pirata- hasta el plan de negocio que la librera norteamericana residente en Paris, Silvia Beach, diseñó para lograr dinero y publicar la novela. Basado en el “Bel Esprit Project”, con el que Ezra Pound pidió a 30 suscriptores que aportaran 10 libras anuales para financiar el trabajo de T.S. Eliot, Beach optó por una edición limitada y de lujo y por suscriptores selectos: Virginia Woolf, que se había negado a publicar el libro en su editorial, Ernest Hemingway o Winston Churchill. Además del apoyo de la prensa: cada semana, la Paris Review publicaba un marcador con el número de suscriptores. En el universo de la obra de Joyce, la publicidad, el periodismo, la erudición y los clichés aceptados por la cultura del momento lo han invadido todo. Y así ha sido desde hace cien años.

“Ulises” parecía promover por sí mismo su propia publicidad. El “ruido” que generaba la novela tras su prohibición en Estados Unidos era más eficaz que cualquier campaña de marketing, ya fuera de particulares o de empresas. Tras la publicación de fragmentos en la Little Review de 1918 a 1920 y la edición privada de la Beach en París, la novela y el autor ganaron fama de maestría literaria. El número de libros dedicados a la novela o al autor se multiplicaron asombrosamente en veinte años y no han dejado de aparecer hasta el día de hoy, generados por la dialéctica del éxito y el rechazo.

Amigos lectores, leer a Joyce no es fácil. Leer el “Ulises” requiere paciencia y dedicación, aunque en muchos momentos, incluido el esplendoroso final (el monólogo de Molly Bloom), se sentirán recompensados en sus esfuerzos. Es mucho menos trabajoso leer “Dublineses” o el “Retrato del artista adolescente” e infinitamente más fácil que leer su última obra “Finnegans Wake”, una pesadilla para el traductor, en cualquier idioma, y un desafío en inglés.

Aquí no les voy a criticar, reseñar o analizar literariamente la novela. Me contento con alentar su interés por leerla. Voy a hablarles del “fenómeno Joyce-Ulises”, ese conflictivo, apasionante, denostado, comercial, escandaloso y entusiástico universo literario que tiene vida propia y constituye una de las grandes “burbujas” de significado, o icono cultural, de la literatura de todos los tiempos y países, a la altura del Quijote, las obras de Shakespeare, Homero o la Divina Comedia. Pero con el añadido picante de los continuos rechazos y adhesiones que despierta “la industria Joyce-Ulises” en el mundo actual.

El gremio de escritores, como era de esperar, estuvo y está dividido respecto al simple placer de leer el “Ulises” y mucho más sobre su carácter de modelo literario. Algunos, de más o menos primera fila, sostienen que son incapaces de leer treinta páginas seguidas de la obra y otros aseguran que Joyce ha marcado un antes y un después en la literatura y no sólo del siglo XX. Como dice Carlos Pujol el “Ulises” es la culminación de toda la obra de Joyce, con cierto paroxismo y locura. Es además la obra de un extraordinario ingeniero, espléndidamente escrita a pesar de su complejidad. Mientras que leer Finnegans Wake es una forma de enloquecer como otra cualquiera”. Otro escritor de fama comentó que “El ‘Ulises’ es uno de esos libros que la gente compra para parecer inteligente y que otros compran pero no leen”. El gran crítico Thornton Wilder dijo que podía demostrar que el “Ulises”, “no sólo posee un diseño arquitectónico, sino un esquema de color, un marco teológico, una melodía y seguramente hasta una clave filosófica”.

Lo cierto es que es un libro enigmático, lleno de referencias literarias clásicas y modernas, religiosas, míticas, místicas, históricas y lingüísticas, personales, blasfemas, corrosivas respecto a la moral de la época y a la propia ética irlandesa en la política y en las costumbres. A pesar de ello, Irlanda se beneficia y explota comercial y turísticamente el icono cultural que es Joyce, aunque no comulga con las opiniones y críticas que el escritor expuso sobre el país, incluidas sus referencias a la crisis anglo-irlandesa o al catolicismo irlandés. Esos son temas que Joyce vierte en la novela en forma de guiños y juegos de palabras, chistes procaces, verborrea y dobles sentidos sexuales o blasfemos anti católicos, parodias, sátiras y latinajos groseros.

Como el “Quijote”, “Moby Dick” o “Tristam Shandy”, la novela de Joyce trata –muchos dicen que lo consigue- de recrear un mundo propio, completo, autárquico y autosuficiente, bajo el punto de vista de un individuo concreto Leopold Bloom, el protagonista- sin olvidar a su trasunto joven, el poeta Stephen Dedalus, y la propia Molly Bloom- a través de “la corriente de conciencia”, el parloteo interior, concebido como un espejo de la mediocridad en la que se resume el destino del hombre actual, lleno de tiernos u oscuros defectos, carencias, frustraciones y soledad. Por eso, tal vez, se consideró en los años veinte el símbolo de las “fuerzas de liberación cultural, contra la gazmoñería victoriana y la frivolidad populachera”.

Traducir semejante novela es un reto casi imposible. Como dice uno de sus traductores, “uno sólo puede aspirar a que no le insulten” los irritados e inmisericordes colegas y escritores. El mismo Joyce aseguró (con irónica flema y autobombo) que “dejaba trabajo a los especialistas para los próximos trescientos años”. Bueno, ya llevamos cien y el vanidoso vaticinio se va cumpliendo. Partamos del método narrativo utilizado: el monólogo interior, un proceso mental que es vertido como corriente de palabras y frases con sus diversos sentidos, lingüístico, emotivo, auto referencial, sociocultural o histórico e irónico, blasfemo o denigratorio. El código definitivo de esas referencias solo pertenece a James Joyce, con lo que a la hora de descifrar la corriente de pensamientos, fatalmente nunca estaremos seguros de acertar (incluso el propio Joyce a la hora de corregir su original se preguntaría qué diablos quería decir con algunas de las frases o palabras que utilizó). El psicólogo Gustav Jung opinaba que se podía rastrear una especie de esquizofrenia en la novela (la hija de Joyce, Lucía, fue internada muy joven por esquizofrenia. Joyce lo negó siempre y aseguraba que su hija era un genio).

Seguir las casi 24 horas en la vida de Leopoldo Bloom, sus paseos, encuentros, pensamientos, las personas con las que se cruza y sus avatares minúsculos, los bares que visita, lo que come y bebe, lo que piensa ante el cuerpo de una mujer en la playa, la visita a la casa de baños, el cambio de voz protagonista (la del joven Stephen), es contemplar un espejo íntimo que refleja todas las trivialidades, miserias y temores del mundo humano en una ciudad concreta, Dublín, en una fecha concreta, el 16 de junio de 1904. A eso solo se puede dar un tipo de trascendencia: la literaria. Resulta muy significativo que la única vez que se encontraron los dos monstruos de la literatura del siglo XX, Proust y Joyce, en Paris, sólo hablaron de sus problemas respectivos de insomnio y digestión. Sus personalidades se volcaron en sus respectivas obras-cumbre. Y es que ellos mismos no eran más que eso (que no es poco): los humildes fantasmas operativos de unas novelas ante las cuales desaparecían como personas, ya que ellas dejaban de tener interés para cualquier lector. A este respecto, resultan nutritivas la biografía clásica de Joyce escrita por Harry Levin o a la “Guía para la lectura de James Joyce” de William York Tindall, donde se apunta una de las razones de la “universalidad” de la obra del escritor irlandés: “La humanidad es el estudio más trabajado de Joyce. Y la humanidad en Dublín, su tema particular, llegó a ser la humanidad de cualquier parte y de cualquier época”. Una humanidad donde late una mezcla irreverente de ilusiones, sueños, mezquindades, miserias cotidianas, temores de todo tipo, soberbia, vanidad, codicia, generosidad, sensualidad y grosería.

El propio Joyce como persona dejaba mucho que desear y no era un modelo de nada y para nadie, incluida su benefactora norteamericana, Silvia Beach, dueña de “Shakespeare and Company” la celebérrima librería londinense. Ella acabó renegando de su gruñón y egoísta escritor. Joyce en ningún momento llegó a compensarla por los gastos que le ocasionó, ni por el éxito de su ayuda para publicar el “Ulises” que, superada la prohibición en Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, dio bastantes ganancias al novelista.

Uno de los críticos más feroces de Joyce afirmaba de Finnegans Wake que “el estilo está estructurado de manera deliberada para llamar la atención sobre sí mismo”. En realidad podría decirse lo mismo del “Ulises”. Pero, ¿de verdad creen que eso es un defecto crucial? El “Ulises” es una obra brillantemente autista que refleja el innegable autismo que, en mayor o menor medida, tiene en general nuestras vidas cotidianas, incluido la de Joyce. En eso radica su genialidad, pese a quien pese.

Ese día completo en la vida de Leopold Bloom, Stephen Dedalus y Molly Bloom, con toda su desorientación, trivialidades, sentimientos banales y vergüenzas más o menos ocultas, logra crear una “atmósfera literaria” de base profundamente humana que es la responsable de la sensación de sorpresa y fascinación que provoca en su conjunto. Aunque, como dice uno de sus críticos, parezca una banalidad grandilocuente y sin sentido: “Jamás sabremos si hubo una historia ahí, debajo de las capas de erudición celulítica, pues no sobrevivió al Tratamiento Joyce: un pesticida de culteranismo y rimbombancia que mataba todo gozo y todo impulso”. El mismo crítico reconoce: “Lo verdaderamente malévolo de Ulises es que es un libro inmunizado contra la lectura en diagonal. No hay forma de saltar las partes aburridas o sobreras o folletinescas o experimentales”. Por algo será. En mayor o menor medida ocurre con todos los iconos culturales.■


FICHAS

JAMES JOYCE.-Harry Levin. Trad. Antonio Castro. Fondo de Cultura Economica. 260 págs.
GUIA PARA LA LECTURA DE JAMES JOYCE.-William York Tindall. Trad. Raquel Bendolea.- Monte Avila Edit. 378 págs.
SOBRE LA ESCRITURA DE JOYCE.- Federico Sabatini.- Trad. Pablo Sauras. Alba ediciones. 116 págs.
JOYCE EN PARIS O EL ARTE DE VENDER EL ULISES.- V.B.Carleton, Ctherine Turner, Simone de Beauvoir.-Trad. Regina López.-Ed. Gallo Nero.-118 págs.
ULISES.-James Joyce.- Trad. J.M. Valverde. Ed.Lumen-Tusquets.-791 págs.

Alberto Díaz
Periodista, Psicólogo y Crítico literario
charlus03@yahoo.es

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