Durante siglos han sido casi sinónimos: cultura y papel. Desde finales del pasado siglo, con el advenimiento del mundo digital los agoreros y profetas del futuro más o menos probable han lanzando sus condenas y exequias contra el papel. El siglo XIX murió anunciando la muerte de la novela, de la narrativa escrita, el siglo XX murió anunciando el cambio total de la cultura tal como la habíamos conocido desde los tiempos del pergamino, los papiros y el papel. Las tecnologías triunfantes y el imperio digital omnipresente y tan ubicuo, insistente y poderoso como jamás se habían visto en invento humano alguno, iban a erradicar, entre otras muchas cosas, la presencia del libro en nuestras vidas sustituidas por el canto de sirenas de las pantallas.
Pero la realidad es obstinada y la tecnología viene a abrir caminos pero raramente los cierra si no hay una buena razón para ello. Las modas son exigentes y abarcadoras pero no tienen la última palabra sobre nada, precisamente por su naturaleza cambiante, versátil y superficial. La cuestión es que el papel sigue siendo un elemento definidor de nuestra cultura. Las ediciones en papel son abundantes y sólo ha cambiado la cuestión de las tiradas. Se hacen más cortas porque la industria editora ha comprendido que resulta más barato hacer tiradas cortas y repetidas que hacer largas tiradas y tener que pagar almacenamientos y distribuciones. Las oficinas se digitalizan pero se sigue utilizando el papel en determinadas ocasiones y en el día a día de las oficinas. La presencia crecientes de los “hackers” y la piratería informática vuelven a valorizar el papel, que es mucho más difícil y costoso de manipular y falsificar.
Conforme los jóvenes van entrando en la media edad van abriendo espacio para determinados libros y no se conforman con tenerlos en las “tablets” o el ordenador. Las ediciones han mejorado de calidad y el papel también y a pesar de que muchas editoriales han cerrado, comienza a aumentar la creación de editoriales pequeñas y especializadas. Lo mismo ha ocurrido con las librerías. Los lamentables años 20 del siglo XXI han mostrado una cara conciliadora respecto al papel a pesar del auge escandaloso y opresivo de lo digital. Muchos empiezan a comprender que hay un aspecto en las facilidades de lo digital que resultan amenazantes para algunas características de nuestro estilo de vida como seres humanos.
Quizá la generación 2.0 marque otra tendencia más negativa para el papel pero eso en el fondo no es una cuestión de inercia tecnológica sino de educación y, en definitiva, de una visión no restrictiva de la cultura. Libros como “Papel” de Mark Kurlansky y “Cultura” de Terry Eagleton, ilustrarían de forma enriquecedora esta reflexión que apunto a los lectores. Aunque hay diferentes maneras históricas de entender la cultura como nos demuestra Eagleton: a) un corpus de obras intelectuales y artísticas; b) un proceso de desarrollo espiritual e intelectual; c) los valores, costumbres, creencias y prácticas simbólicas en virtud de las cuales viven hombres y mujeres y d) una forma de vida en su conjunto. Y para complicar aún más la cuestión la palabra cultura inicialmente era sinónimo de civilización aunque al final ha llegado a significar un conjunto de valores que ponen a la civilización en entredicho.
Por lo tanto cogeremos una vía más directa, aunque probablemente tampoco exacta: identificar la historia de la cultura con la del papel, con un interrogante abierto a las nuevas tecnologías. Para ello el libro de Kurlansky, “Papel” nos propone un recorrido tan brillante como el de Irene Vallejo con su “El infinito en un junco” pero con el aditamento de su sorprendente corpus de erudición e investigación centrado en el papel como soporte de la cultura. Y lo hace aclarándonos que lo del papel fue un invento, no un descubrimiento, un adelanto tecnológico que promovió de una manera prodigiosa la propagación de ideas y conocimientos. Y mucho más interesante y útil, la creación de lugares organizados para su conservación: las bibliotecas.
Escribe Kurlansky: “El papel parece un invento poco probable: el hecho de descomponer madera o tejido hasta llegar a las fibras de celulosa, diluirlas en agua y filtrar el líquido resultante por una rejilla de manera que las fibras se entrelacen de forma aleatoria para formar una hoja no es una idea que aparezca de forma espontánea, en especial en una época en la que nadie sabía qué era la celulosa. ¿Y si nadie hubiera pensado en el papel? Simplemente, se habrían encontrado otros materiales. Había que dar con un material de escritura mejor, ya que era lo que la sociedad necesitaba”.
A través de su recorrido histórico por todos los soportes de la escritura hasta llegar al papel (hay una resonancia inevitable con el libro de Vallejo) el autor reitera que el papel es un instrumento, una tecnología dirigida de una forma eficaz a cumplir un objetivo que sirve a un fin. Y nos habla de la “falacia tecnológica”: la tecnología como motor de cambio social. Lo cierto, observa ingeniosamente este autor es que es la sociedad la que desarrolla la tecnología a fin de adaptarse a los cambios sociales. Según esta hipótesis, todo el asunto de la muerte del papel sería, como parece estar demostrándose, otra falacia, al menos por el momento, como comentamos al principio de este trabajo.
Mark Kurlansky, es un periodista del New York Times, que ha sido corresponsal en el extranjero para diferentes medios de su país. Es un autor serio y concienzudo aunque, caiga en juicios de valor poco contrastados en algunos casos, como lo es ajustarse a la leyenda negra de los españoles como genocidas culturales tras el descubrimiento de América. Una exageración histórica corregida y aumentada en el mundo anglosajón y tardía y escasamente defendida por los historiadores españoles, que podrían recurrir comparativamente a los dislates anglosajones en sus colonias y en sus propios territorios: ¿qué pasó con los nativos norteamericanos? (por no hablar de los ingleses en sus colonias, los alemanes en Centroáfrica, los belgas en el Congo o los italianos en Etiopia y Somalia).
Pero si admitimos que la ecuación que relaciona a la cultura con el papel constituye un problema en el que interviene un tercer elemento, el sistema capitalista neoliberal actual, renacido tras la crisis del 2008 y reafirmado con toda su insolente codicia e hipocresía tras la pandemia, resurge una vieja y tradicional incógnita. ¿Qué papel tiene la cultura, sea cual sea su soporte, en el nuevo milenio? El libro de Terry Eagleton es un contundente alegato sobre el manipulado papel de la cultura en nuestros tiempos. Los problemas a los que hemos de enfrentarnos, guerras, hambre, desplazamiento de población refugiados, genocidios, pandemias, desastres ecológicos, tienen sin duda aspectos culturales, pero la cultura no es un elemento decisivo que ayude a resolverlos. Lejos de crear ciudadanos del mundo, el multiculturalismo manejado por el capitalismo transnacional genera provincialismo e inseguridad, racismo y chovinismo. Se habla de mercado mundial y de consumo generalizado, pero los que rigen la producción y la propiedad están rígidamente emboscados y estratificados. Como escribe Eagleton, “Los verdaderos gánsteres y anarquistas llevan trajes de raya diplomática y dirigen bancos en vez de asaltarlos”.
El capitalismo ha incorporado la cultura a sus propios fines materiales y de ellos es prueba, nos dice ese autor, la decadencia global de las Universidades, convertidas en empresas pseudo capitalistas, órganos del mercado, productoras de empleados del sistema, que olvidan la histórica reflexión crítica de la tradición universitaria y apoyan y alimentan la creación de una tecnocracia utilitarista que promueve la desaparición de las humanidades. Y lo mismo ocurre con la llamada “industria cultural”, un oxímoron que “ates-tigua menos la relevancia de la cultura que las ambiciones expansionistas del sistema capitalista tardío que está colonizando la fantasía y el entretenimiento”, usando sus instrumentos más útiles: las redes sociales e internet.
La conclusión de nuestro autor no está lejos de la que por razones semejantes y a veces coincidentes sostienen muchos pensadores críticos con el actual estado político, social y económico del mundo: la cultura ha dejado de ser un elemento fundamental en los procesos de desarrollo humano. Y eso es algo que lamentaremos como género de una forma inimaginable. A no ser que se produzca un fenómeno muy humano y utópico como el que narra Ray Bradbury en el final de la novela “Fahrenheit 451”: la esperanza de unos grupos de hombres, repartidos por el mundo, empeñados en conservar la memoria cultural de la especie.■
FICHAS
PAPEL, Páginas a través de la historia.- Mark Kurlansly.- Trad. Elena González.- Ático de los Libros.-480 págs. 22,90 euros.
CULTURA.- Terry Eagleton.- Trad. Belén Urrutia.- Taurus.- 198 págs.-18,90 euros.
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