02 octubre 2021

#MiguelÁngelGracia - Iluminando la subida de la luz

Miguel Ángel Gracia. Especialista en proyectos europeos y desarrollo local y rural.

Iluminando la subida de la luz


Todo el mundo habla de la subida del precio de la luz, por las evidentes y graves consecuencias que tiene sobre las familias y las empresas. Como en otros temas, buscamos respuestas, y muchas veces buscamos y aceptamos explicaciones y soluciones sencillas a problemas complejos, máxime si estas soluciones "sencillas" se instalan en la arena política, se convierten en arma arrojadiza entre unos y otros, y se ventilan con una serie de lemas fácilmente repetibles en las redes sociales, pero no tan fáciles de aplicar.

Sin embargo, el aumento del precio de la electricidad obedece a una multitud de razones, que incluyen aspectos geopolíticos, legislativos, tecnológicos, económicos y, por supuesto, políticos. Todos ellos interrelacionados, muchos de carácter global, y solo algunos de carácter más doméstico. En este artículo vamos a intentar desgranar un poco todas estas cuestiones.


El mercado marginalista

Si el precio está subiendo, conviene entender, en primer lugar, cómo se forman los precios en el mercado eléctrico. Desde 1997, la Unión Europea inició la "liberalización" de este sector, restando protagonismo al papel de los Estados en la fijación de precios, y dejando esta tarea a los mecanismos de mercado. En cualquier mercado, los precios se determinan por la ley de la oferta y la demanda. Ahora bien, el sector eléctrico tiene una serie de peculiaridades que hace que dicha ley no funcione exactamente así.

Por un lado, en un país como España tenemos una oferta variada de sistemas de producción eléctrica (nuclear, térmica de carbón, hidroeléctrica, fotovoltaica, eólica, ciclo combinado...). En virtud de sus características técnicas, la disponibilidad de la electricidad producida por estas centrales es variable: las nucleares, por ejemplo, tienen mucha inercia y por ello están trabajando continuamente, día y noche; la fotovoltaica o la eólica están disponibles cuando es de día o sopla el viento; las hidroeléctricas necesitan agua en altura para poder ser turbinada cuando se necesite, y las térmicas de ciclo combinado, al funcionar con gas natural, son mucho más sencillas de arrancar y parar que una térmica tradicional de carbón.

Esta oferta debe adecuarse, a su vez, a una demanda variable: por la noche (hora de baja demanda), la electricidad es mayoritariamente de origen nuclear o de carbón; en las horas de mayor demanda, ésta debe cubrirse con aquellos sistemas que ofrezcan una mayor flexibilidad (hidroeléctrica o ciclo combinado). No nos olvidamos de las renovables, pero hablaremos de ellas más tarde.

Para garantizar que siempre haya oferta que cubra la máxima demanda posible, la Directiva (UE) 2019/944 sobre el mercado interior de la electricidad establece un el sistema de precios (denominado "marginalista"), establece como precio de referencia el de la tecnología que entra en último lugar, para cubrir dicha máxima demanda (calculada sobre una base diaria). Es decir, el precio al que dicho sistema vende la electricidad (que incluye sus costes y el beneficio correspondiente) es el que marca el precio para todos los demás. De este modo, si la última tecnología que entra en el mercado es, por ejemplo, el ciclo combinado, y el precio que oferta es de 40 €/MWh, dicho precio será el que apliquen todas las tecnologías…

...con independencia de cuál sea el coste real de producción de las mismas. Aquí entran los famosos "beneficios caídos del cielo": empresas con tecnología nuclear o hidroeléctrica totalmente amortizada y con un coste de producción muy bajo (pongamos por caso, 10 €/MWh), que se encuentran con que, en virtud de este diseño de mercado, están cobrando a 40 €/MWh. Este es un primer factor de desequilibrio, y fuente de debate político y social. Volveremos sobre ello.


El ciclo combinado

Sin embargo, el sistema eléctrico no funciona exactamente con la sencillez que acabamos de describir. Para que la red no se colapse, y la energía fluya adecuadamente (a todas partes y cuando se necesita), todas las tecnologías tienen que estar sincronizadas (no entraremos aquí en detalles técnicos, pero solo apuntaremos que esto es sencillamente imprescindible). Ello depende de muchos factores: la demanda y oferta en cada momento, la distancia entre el punto de producción y de consumo… y la sincronización se vuelve muy complicada cuando entran en juego las energías renovables, las cuales, como hemos visto, producen cuando hay sol o viento, y esta producción puede estar en sintonía, o no, con la demanda existente o con la capacidad de evacuación de la red en un momento dado.

Por ello, es preciso que existan tecnologías que "estabilicen" la red y contribuyan a la sincronización. Y la más adecuada y flexible para ello (hoy por hoy y en la medida que no se desarrolle de forma generalizada el almacenamiento de renovables a gran escala) es el ciclo combinado. Paradójicamente, el auge de las renovables -que pretenden reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles- ha representado, a su vez, un auge de estas centrales de gas natural fósil.

Concluimos, por tanto, que el ciclo combinado es, por sus características técnicas, la tecnología que suele entrar tanto a cubrir la máxima demanda posible como a estabilizar la red en un contexto de abundancia de renovables, y ambas cosas la convierten, en el modelo marginalista, en referencia del precio para todas las tecnologías.

Y eso es lo que está pasando en toda Europa: el precio del megavatio producido con ciclo combinado se ha disparado en los últimos meses, como consecuencia del enorme aumento del precio del gas natural, su combustible y principal factor de producción. El incremento de 1 €/MWh en el precio del gas significa 2€/MWh más en el precio de la electricidad: una de las razones principales de la subida de la luz es el aumento desatado del precio del gas a nivel mundial.


El precio del gas

¿Y por qué está pasando esto? ¿Por qué está subiendo el precio del gas? No vamos a detenernos mucho, pero algunas razones para ello son:

1. La recuperación económica especialmente en Asia está provocando un aumento de la demanda de gas, mientras que algunos países productores mantiene la oferta constante, lo que está provocando una subida de precios.

2. El aumento de la demanda, como correlato paradójico a ese aumento de las renovables, para la estabilización de la red, como hemos apuntado antes; o como consecuencia de su revalorización como "tecnología puente" (fósil, pero menos contaminante que el carbón o el petróleo) en el camino hacia un futuro "climáticamente neutro".

3. Las tensiones geopolíticas a nivel mundial: desde las amenazas de la Rusia de Putin con cortar el grifo del gas hacia Europa occidental, hasta la ruptura de relaciones diplomáticas entre Argelia (principal proveedor de gas de España) y Marruecos, entre otras.

4. El pinchazo de la burbuja del "fracking" en Estados Unidos, que durante unos años ha permitido mantener artificialmente una oferta y por tanto unos precios más bajos en el mercado.

5. El aumento del precio de las emisiones de CO2, lo que nos sitúa con la segunda gran razón.


Las emisiones de CO2

En Europa existe un sistema de comercio de emisiones de gases de efecto invernadero, legislado y regulado por la Unión Europea y aplicado por sus Estados Miembros. El objetivo de dicho sistema (ETS, por sus siglas en inglés) es poner un precio a dichas emisiones: una industria contaminante debe comprar derechos de emisión y se supone que un precio muy alto tendría un efecto desincentivador de la contaminación e incentivador de las inversiones en tecnologías limpias. Sin embargo, en la actualidad confluyen varios factores que están contribuyendo a un aumento desbocado del precio de las emisiones:

1. Por un lado, la ambición climática de los países europeos les ha llevado a retirar del mercado -tal vez prematuramente- "derechos de emisión" con objeto de hacer que "resulte más caro" contaminar...pero sin que la tecnología renovable, ni su infraestructura, ni nada, esté a punto ni preparada para cubrir el hueco de los combustibles fósiles (pensemos que, por ejemplo, sustituir los 1000 MW de la central térmica de Andorra precisaría ¡¡1000!! aerogeneradores de 1 MW, con lo que eso supone de consumo brutal de espacio, consumo de materiales críticos, incluso de energía para el proceso productivo de los equipos que componen los aerogeneradores, etc...). El resultado es que seguimos dependiendo y quemando combustibles fósiles, pero pagando mucho más por el CO2 emitido.

2. Por otro lado, y ante la perspectiva de este encarecimiento del CO2, el mismo se ha convertido en objeto de deseo por parte de fondos de inversión y en los mercados de futuros. Ello está tirando al alza del precio del CO2, por razones puramente especulativas y nada ambientales.

Con todo ello, el CO2 cuesta ahora más del doble que hace un año, y eso está tensionando a toda nuestra economía y nuestra vida. Y pensemos que el precio del CO2 afecta, no solamente al precio del gas, sino al fuel, al diesel del que depende el transporte de todo lo que consumimos y producimos, etc…


El efecto isla

Lo que acabamos de explicar afecta, de manera general, a todas las economías europeas. Ahora bien, ¿por qué el precio está aumentando tan descaradamente en España, comparado con otros países de la UE? ¿qué peculiaridades tiene el caso español? Veamos algunas.

Una de las que se suele alegar es el efecto isla: la Península Ibérica tiene, en general, muy pocas interconexiones eléctricas y con escasa capacidad con el resto de Europa, y eso hace que no pueda entrar energía (por ejemplo, excedente de energía nuclear procedente de Francia) para reducir el papel de las tecnologías de último recurso. De hecho, los defensores del libre mercado abogan desde hace años por una "Unión de la Energía" que permita romper estos "efectos isla" en el seno de la UE, y que cada territorio produjera aquella energía para la que estuviera más preparada (la teoría de ventaja competitiva de las naciones de Michael Porter): según esto, podríamos recibir energía nuclear francesa mientras vendemos energía de origen fotovoltaico o eólico a Alemania. Posiblemente, unas interconexiones más ágiles podrían contribuir algo a "suavizar" el alza de precios, pero no serían decisivas.


La energía nuclear

Otra cuestión que se suele alegar es, precisamente por parte de los defensores de la energía nuclear, el hecho de que España abandonase en su día la apuesta por esta energía (que dichos defensores consideran "neutra en carbono") y que nos permitiría "rebosar de energía barata". Olvidan mencionar dichos defensores, cuando menos, dos cosas: una, que el uranio también ha iniciado su declive de producción a nivel mundial; y dos, que la energía nuclear no internaliza los costes derivados de la gestión de sus residuos durante siglos o milenios, coste que recae básicamente sobre el erario público: si el coste de esa gestión se distribuyera entre los kilowatios producidos, las cuentas serían otras.

De todos modos, entre las peculiaridades españolas cabe destacar también el hecho de que el 75% de las horas en los cuatro últimos meses, ha sido la hidráulica la tecnología marginal la que ha fijado los precios records. Lo que significa “·pagar el agua al precio del gas”, que como hemos visto está caro a nivel internacional y además no emite CO2, por lo que no tiene por qué internalizar el elevado coste del CO2. Esto ha provocado que el Gobierno abra expediente a algunas empresas (Iberdrola) por el vaciado de embalses y que el nuevo RDL 17/2021 incluya una disposición para asegurar una explotación racional de los recursos hidráulicos.


El laberinto tarifario

Es objeto ya de chascarrillos y cachondeo la complejidad de la factura de la luz en España, y no es de extrañar. En dicha factura se incluyen costes fijos, costes variables, impuestos de naturaleza desconocida, moratorias diversas...Los elementos que componen la factura y que no son "el precio de la luz" propiamente dicho son el blanco preferido de quienes alegan que no se puede intervenir sobre el precio (en virtud de la legislación europea) o, sencillamente, no ven a corto plazo otros recursos. Por eso se reduce el IVA de la luz, se reduce el Impuesto sobre la electricidad, etc... Es cierto que la estructura tarifaria en España es mucho más compleja y oscura que en otros países de la UE; que dicha complejidad es fruto de años y años de presiones políticas en un mercado que está lejísimos de la competencia perfecta, y que es necesario un gran debate social y político en torno a dicha estructura tarifaria...y entonces, con el oligopolio hemos topado.


El oligopolio

El mercado eléctrico español es un oligopolio "de libro": tres grandes empresas (Endesa, Iberdrola y Naturgy) se reparten la práctica totalidad del mercado, en todos sus niveles (desde la producción hasta la comercialización minorista). La génesis de cada una de estas empresas es distinta (desde la privatización de Endesa durante el gobierno de Aznar, a los negocios de Iberduero e Hidroeléctrica Española -antecesoras de Iberdrola- durante el franquismo), pero se caracteriza siempre, no ya por una conexión total con los centros de poder político (que también), sino por el ejercicio mismo de dicho poder. La práctica de las puertas giratorias (recuerden a Felipe González, Aznar, etc.) y el control mediático cierran el círculo de una capacidad de influencia con pocos paragones en Europa.

Este oligopolio ha generado un mercado "cautivo" donde los consumidores apenas tienen opciones de elegir proveedor; donde producir energía eléctrica de manera autónoma o alternativa a estas grandes empresas es una verdadera odisea, y donde cualquier intento de reducir sus beneficios ("caídos del cielo") choca, no ya con un simple rechazo propio de unos accionistas ávidos de dividendos, sino con la bravuconería y el chantaje de quien se sabe poderoso (como la reciente amenaza de cerrar las nucleares).

¿Sucede esto en otros países? Pues hay de todo: en Francia o en Italia, son grandes empresas públicas como EDF o ENEL las que controlan el mercado; en Alemania, EON es privada y controla el mercado; en otros países, la producción está mucho más distribuida entre las empresas…


¿Empresa pública?

El alza desbocada del precio de la luz y la estructura oligopolística del mercado español han traído de nuevo a colación la oportunidad o necesidad de las empresas públicas de energía, como forma de "suavizar" el precio de la luz. ¿Es esto posible? ¿es esto útil? Respecto a lo primero, sí, es posible, ya que la normativa europea establece cómo ha de funcionar el mercado, pero no dice que los actores del mismo deban ser privados. De hecho, las ya mencionadas EDF o ENEL (dueña de Endesa) son públicas, y algunos länder alemanes son accionistas mayoritarios de empresas públicas.

¿Sería útil para bajar el precio de la luz? A estas empresas públicas les afecta el alza del precio del gas o del CO2 como a cualquier otra, pero es evidente que, la capacidad de reducir el margen de beneficio podría tirar a la baja del precio o, al menos, disponer un excedente con el que paliar las consecuencias más dañinas de la subida de precios para los colectivos más vulnerables.


¿Se puede intervenir el precio?

Estos días hemos asistido a un debate interesante acerca de si se puede "intervenir el mercado" o si esto "lo prohíbe Bruselas". Podemos decir que es la típica cuestión que es "carne de pleito": la ambigüedad calculada del texto legal europeo (Art. 5 de la Directiva 2019/944) hace que pueda ser interpretado en uno u otro sentido. En general, la intervención de precios sí está recogida, si bien con condiciones: ha de ser excepcional, como último recurso, orientada solo a clientes vulnerables o en situación de pobreza energética, proporcionada y limitada en el tiempo. Es decir, se trata de una intervención coyuntural; cuando se trata de responder a una situación del mercado que, por sus orígenes, adquiere carácter estructural y que puede afectar a la totalidad de una sociedad, tenemos un problema, no contemplado en la normativa europea. De ahí las dudas y dificultades para intervenir, y la casi segura judicialización de cualquier intervención pública.


El cambio de modelo marginalista

El debate que no se abre (la Comisión Europea y las grandes empresas no quieren, de momento) es el del cambio del modelo marginalista de precios. Este sistema extraño donde la última tecnología termina marcando el precio de todas las demás es como si llenásemos el carro de la compra con frutas, verduras, carne y una botella de whisky, y al llegar a caja nos aplicasen a todos los productos el precio del whisky. Es un sistema al servicio de un modelo de generación centralizada y muy intensiva en capital, que ha hecho y hace ganar mucho dinero a quienes tenían instalaciones ya amortizadas (se dice que los saltos del Duero son el mayor tesoro de Iberdrola) y que, por tanto, cuenta con firmes defensores que no quieren perder su posición de privilegio.

La entrada en el mercado de energías renovables, de generación distribuida, de modelos de prosumer (producer+consumer) muestra los límites del modelo marginalista. El alza de los precios está haciendo que mucha gente, empresas, municipios, se planteen el autoconsumo total o parcial, pese a las enormes trabas legales impuestas por un sistema pensado para "morir al palo".


El cambio, sencillamente, de modelo

A su vez, empezamos a asistir a una época de cambio de ciclo: el petróleo y el carbón ya han pasado su pico de producción a nivel mundial; las empresas petroleras ya no buscan más yacimientos y se reinventan hacia el ¿hidrógeno? o hacia las renovables… estas renovables se encuentran con problemas técnicos de primer orden para su desarrollo exponencial (siendo el primero de ellos la carencia de materias primas valiosas o componentes como los semiconductores; y el segundo la contestación social de los territorios que no quieren ser "colonizados" por fotovoltaicas o eólicas). Y, en un contexto de cambio climático, todo ello nos habla de la necesidad urgente de cambiar el modelo, de decrecer y volver a lo local. El alza del precio de la energía es un síntoma acuciante de los límites de nuestro modelo económico de crecimiento infinito en un mundo finito, y hacernos los ciegos ante esa realidad solo puede a graves dificultades sociales o, en el peor de los casos, llevarnos al colapso.■

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