02 marzo 2021

#AlbertoDíaz - Aprendemos de la historia





Ian Morris es un profesor de Cultura e Historia Clásicas de la Universidad de Stanford y está doctorado en Cambridge. Uno de sus libros “¿Por qué manda Occidente… por ahora?”

(2014), ya marcaba desde el título un talante irónico, escéptico y estimulante. Pero en esta ocasión he preferido acudir a otros dos títulos de su extensa obra, “Cazadores, campesinos y carbón” (2015) y “Guerra ¿Para qué sirve?” (2017). La idea de “progreso” implícita en las tres épocas del desarrollo histórico de la humanidad y (que nos ha llevado a una situación alarmante respecto al planeta) y la paradójica tesis del segundo libro en el que Morris nos plantea la atrevida idea de la guerra como motor del progreso, resaltan el atractivo de la lectura. Se propone la hipótesis provocativa de que la comprensión del proceso bélico como dinámica de cambio nos lleve a evitarlo y sustituirlo por actividades que obtengan esos efectos positivos sin la brutal carga de destrucción, violencia y sufrimiento que conlleva la guerra. Es el regalo que nos hace la historia: poder aprender de ella.

Un historiador de grandes procesos puede hacer abstracción de la visión ética de los seres humanos que han padecido la dinámica personal, familiar y social de la violencia y la angustia mortal que han vivido las víctimas de las guerras, usando el macro enfoque económico, industrial o el desarrollo técnico de países y culturas. Si algo nos ha enseñado la historia del progreso técnico, científico y material de las culturas hasta el día de hoy, es que tal progreso no se corresponde en paralelo con un progreso ético y psicológico del ser humano. Un análisis de la situación actual y de la decadencia moral del ciudadano medio en la mayor parte del planeta, nos hace percibir un cierto optimismo utópico en Morris.

Pero lo más admirable de este autor no es el ingenio y la inteligencia documental, sino el hecho de que no sólo no teme a la controversia y la crítica, sino que ofrece un considerable espacio –en el primero de sus libros comentados- a colegas que rechazan y argumentan en contra de sus conclusiones. Y así tras 200 páginas de exposición de sus ideas, Morris concede 50 páginas a otros cuatro autores que disienten y se reserva las 50 últimas para contestar a las críticas recibidas.


Cazadores, campesinos y carbón

La base argumental de este primer libro se articula a través de tres etapas del progreso humano definidos por los modos de captación de energía, desde la caza y el nomadismo, la agricultura y los asentamientos permanentes, la dinámica de las ciudades y en otro salto histórico, la revolución industrial que nace con la producción y empleo de los combustibles fósiles. Es una visión utilitarista y pragmática que vincula ciertos valores culturales y sociales de forma excesivamente determinista a la casuística que provoca los “modos de captación de energía”. Uno de los mencionados autores críticos, Kosgaard, opina que “las fuerzas sociales y económicas de diverso signo, presionan el perfil de nuestros valores pero no los determinan completamente” como sostiene Morris. La escritora Margaret Atwood, parece apoyar ciertas tesis de Morris, ante un futuro de colapso por “migraciones sin control, hundimiento del Estado, escasez alimentaria o de agua, epidemias y cambio climático” y añade el deterioro de los océanos, más los excesos de la bioingeniería y de la IA.

A pesar de esos problemas potenciales, Morris trata de razonar alternativas en base a su visión optimista, un refrescante humor y el sentido común, que reconducen las actitudes sociales y políticas a pesar de los populismos y la desinformación.


Guerra, ¿para qué sirve?

Este segundo volumen recomendado tiene más de 600 páginas dedicadas a demostrar que, a largo plazo, las guerras "han logrado que la Humanidad sea más rica y que viva con más seguridad"… ya que el análisis histórico sugiere que las alternativas a la guerra, en cada uno de los momentos de su proceso, hubieran tenido peores consecuencias que las provocadas por los episodios bélicos. Y asegura: "lo que ha convertido al mundo en un lugar más seguro es la propia guerra".

Siguiendo su provocativa estrategia de estadísticas, datos históricos y conclusiones encadenadas, Morris se une por un lado a la historiografía tradicional, para la cual la guerra ha constituido, desde Heródoto, Tucídides, Jenofonte, Estrabón y Polibio, hasta Julio César, Salustio, Tito Livio, Plinio o Suetonio, el motivo central de la marcha o proceso de la historia estudiada. Pero se aparta de ellos mostrándonos de qué manera esas guerras han empujado el progreso del mundo en términos sociales, culturales y de derechos humanos. Aunque quizá solo en la consideración materialista, tecnológica y económica de sus consecuencias.

Morris se basa en el manejo hábil de estadísticas y datos en defensa del aserto contra intuitivo de que la guerra ha sido el medio paradójico y brutal para que a lo largo de 10.000 años, se hayan reducido de manera drástica las muertes violentas. Añadir que eso abona el desarrollo de la paz y el bienestar desafía el sentido lógico del lector. Y su reflexión ética. Es un salto de valores radical: muertes violentas y paz y bienestar unidos en un supuesto continuum temporal, ¿de causa-efecto?

Aún así los lectores pueden ejercitar su pensamiento crítico. No en vano Morris es un historiador formado en una época, la nuestra, en la que el dataísmo, o acceso cibernético a millones de datos contrastados casi al instante, permite abordar grandes periodos con una óptica analizadora muy concreta (cosa que también hace con mucho éxito el israelí bestsellerista Yuval Noah Harari, autor de Sapiens). Pero Morris, no sólo es un habilidoso usuario del “factfulness”, es un experto en historia comparada y usa el arsenal de autores Thomas Hobbes o Rousseau. Nos dice que aunque sigamos siendo lobos para nuestros semejantes o no se respeten las reglas morales, la guerra ha hecho del mundo un lugar más seguro, y que la probabilidad de tener una muerte violenta es mucho menor ahora que en la Edad de los Metales, resulta muy tranquilizante, aunque para ello habrá que dejar a un lado la posibilidad del holocausto nuclear. Morris reconoce desde el principio que la violencia forma parte de nuestro ADN, pero mantiene que existen diferencias valorativas entre las guerras "productivas" y las "contraproducentes". Y sostiene, como ejemplo lo productivas que fueron las guerras tras el descubrimiento de América (¿para quienes exactamente, para los británicos?) o las derivadas del colonialismo (¿para la Corona inglesa o para los franceses, y los belgas?). La polémica está servida.

Cuando Morris analiza las guerras del siglo XX, resalta el carácter económico de muchas de ellas. Lo cual no es sorprendente: hasta la guerra de Troya se debió al control de un punto comercial entre dos zonas geográficas vecinas. Más adelante, Morris hace una incursión ejemplarizante sobre la primatología y los afanes guerreros de los chimpancés, para terminar sus disquisiciones aventurando un futuro de rivalidades por la hegemonía mundial y la presunta necesidad de solventar la dicotomía seguridad-libertad, a favor de la primera con un Estado Leviatán. Tal Estado futuro nos ofrecerá seguridad nacional y a nivel internacional un conflicto nuclear sería inviable: no hay país ganador en tal eventualidad. Pero reconoce que resulta muy difícil evitar ese otro tipo de guerra que conlleva el auge del terrorismo. Y esta no genera ningún tipo de progreso.


Reflexión final

Tal vez la lectura de estos dos libros de Morris nos hace reflexionar sobre la dicotomía guerra-progreso y darnos cuenta que no ha habido tal progreso en la psique, la estructura mental y la solidez intelectual y ética de nuestra especie. Se infiere que la única manera que tiene el ser humano de progresar sea exterminando al mayor número posible de semejantes. Por ello es menester recordar a Hannah Arendt –tras el horror nazi- pidiendo a todas las naciones del mundo la aplicación del imperativo categórico kantiano: la vida del ser humano no tiene sentido alguno sin la supervivencia de bienes superiores en todo el orbe. La Justicia, la Libertad o la busca de la Verdad. El hombre -o el Estado- justo, es el que subordina su individualidad -o su nacionalidad- al mantenimiento de una política basada en tales verdades. Entonces, la guerra se coloca de inmediato y de forma fulminante, fuera de la ecuación.■


Ficha

CAZADORES, CAMPESINOS Y CARBÓN.- y GUERRA, ¿PARA QUÉ SIRVE?.- Ambos de Ian Morris.-Trad. De Claudia Casanova y Joan Eloy Roca.- 431 págs, y 639 págs. Editados por Ático de los Libros.

 





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