05 junio 2021

#JoséRamónVillanueva - Genocidio en el guetto de Gaza

José Ramón Villanueva - Historiador - jrvillanueva@telefonica.net
junio 2021 | ACTUALIDAD | CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ I GENOCIDIO GAZA

En el título de este artículo empleo, de forma deliberada, dos palabras de fuerte y dramático significado: la de “genocidio” y la de “guetto” como forma de hacer mención a las consecuencias de los inaceptables ataques que ha sufriendo la población gazatí por parte de la poderosa maquinaria bélica de Israel durante estos días.

Lo que está sucediendo en Gaza se está convirtiendo en un auténtico genocidio, entendido por tal la “aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos”, algo que nos evoca una de las páginas más negras de la inmensa tragedia que tuvo lugar durante la II Guerra Mundial, con la diferencia de que las víctimas de entonces, la población judía, se han convertido ahora en los verdugos de la política criminal impulsada por el actual gobierno de Israel liderado por Binyamin Netanyahu. Lo que ha ocurrido en Gaza es una situación que se puede calificar de “crímenes de guerra”, razón por la cual la palabra “genocidio” para referirse a esta tragedia no resulta descabellada, con un componente de “limpieza étnica”, la misma que la derecha ultranacionalista y religiosa judía está llevando a cabo en el barrio de Sheikh Jarrah de Jerusalem o en ciudades mixtas como es el caso de Haifa.

Empleo igualmente la palabra “guetto” para evocar que el sufrimiento de los dos millones de habitantes de Gaza, apiñados en apenas 360 kilómetros cuadrados, uno de los territorios con mayor densidad de población del mundo, se asemeja a los padecimientos de los guettos judíos durante la II Guerra Mundial, pero con la diferencia de los que entonces eran víctimas, parecen no haber aprendido nada de la historia y ahora asumen, sin remordimiento, el papel de verdugos.

Así las cosas, parecen haberse desatado todas las maldiciones bíblicas sobre la Franja de Gaza. Tras 10 días infernales, el alto el fuego declarado unilateralmente por ambos bandos y que entró en vigor en la madrugada del 21 de mayo, ha dejado un panorama aterrador: los bombardeos israelíes han alcanzado más de 788 objetivos, destruyendo más de 450 edificios, causando 232 víctimas, entre ellas, 65 niños, además de 1.900 heridos, y el desplazamiento interno de 72.000 gazatíes. Además, se ha producido una total devastación causada por estos bombardeos indiscriminados sobre las, ya de por sí, precarias infraestructuras tras 15 años de bloqueo israelí, como lo evidencia la sistemática destrucción de escuelas, carreteras, hospitales, incluido el único laboratorio que existía en Gaza para realizar las pruebas del covid-19, así como 33 centros de medios de comunicación, como es el caso de la Torre Al-Jalaa. Tal vez por ello, el intelectual palestino Refaat Alareer aludía con pesar a que “Israel nos está enviando 50 años atrás en el tiempo”.


Una Nakba infinita

Con la palabra “nakba” se evoca por parte del pueblo palestino a la “catástrofe” que supuso la creación del Estado de Israel en 1948 y la consiguiente expulsión de dicho territorio de la mitad de la población árabe existente en el antiguo Mandato Británico de Palestina y cuya cifra se estimaba en torno a las 700.000 personas.

En ese mismo año, coincidiendo con los sucesos bélicos que tuvieron lugar como consecuencia de la proclamación del Estado de Israel, la franja de Gaza fue ocupada por el ejército de Egipto, la cual mantuvo bajo su control hasta que fue conquistada por Israel en la Guerra de los Seis Días (1967). Finalmente, tras la firma de los Acuerdos de Paz de Oslo de 1993, Israel entregó el 80% del territorio de la Franja de Gaza a la naciente Autoridad Nacional Palestina (ANP), a pesar de que el Estado hebreo mantuvo en la zona 21 asentamientos. Finalmente, en el año 2005 el entonces Gobierno israelí de Ariel Sharon decidió su retirada definitiva de Gaza mediante el llamado “Plan de Desconexión”, acabando de este modo la presencia hebrea en la franja.

La agitada historia de Gaza posterior hizo que en 2006 el grupo islamista Hamás ganase las elecciones en la franja con una política que, a diferencia del talante negociador que caracterizaba a la ANP, se ha fundamentado desde entonces en no reconocer la existencia del Estado de Israel, su rechazo de los Acuerdos de Paz de Oslo (1993) y por no renunciar al empleo de la violencia contra el Estado hebreo, como lo evidencia el lanzamiento de cohetes Qassam sobre Israel.

Fue en este momento cuando el campo palestino tuvo un grave desgarro en la unidad que lo había caracterizado hasta entonces lo cual desencadenó una guerra civil entre los islamistas de Hamás y los afines a Al-Fatah, el principal grupo integrado en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) liderada hasta su fallecimiento en el 2004 por Yassir Arafat. El 14 de junio de 2007 Hamás se hizo con el control total de la Franja de Gaza, estableciendo un gobierno de facto que rige el territorio con mano de hierro y que, desde entonces, ya no ha convocado elecciones en Gaza. Años más tarde, hubo intentos de reconciliar las dos formaciones palestinas más importantes, como el llamado “Acuerdo de Reconciliación” de 2017, pero las diferencias siguen siendo patentes y contrapuestas entre las autoridades islamistas de Hamás que controlan Gaza, aislada diplomática y económicamente, y la ANP liderada por Mahmoud Abbas que se mantiene en Cisjordania con el mayoritario apoyo de la comunidad internacional.

Desde entonces, desgarrado el campo palestino y aislada Hamás en Gaza, convertida la organización islamista en el principal enemigo de Israel, se fue configurando cada vez de forma más asfixiante política y económicamente, el que hemos dado en llamar “guetto de Gaza”. En este contexto, las consecuencias del férreo bloqueo israelí existente desde el año 2006 son evidentes en elementos básicos como los suministros, combustibles y energía, todo lo cual ha ido sumiendo a la población gazatí en el caos y la desesperanza.

Pese al innegable carácter de autoritario islamismo que caracteriza a Hamás, su prestigio en el campo palestino lo ha logrado por su posición beligerante frente a Israel lo cual, a su vez, ha tenido como consecuencia implacables actuaciones de represalia por parte del poderoso aparato militar hebreo como quedó patente en las sangrientas consecuencias de las operaciones militares desencadenadas por las Fuerzas de Defensa de Israel como fue el caso de las denominadas “Plomo fundido” (2009), “Pilar defensivo” (noviembre 2012) y “Margen protector” (2014). Desde esta última, se ha mantenido una tensa tregua entre Hamás e Israel, la cual ha estallado por los aires con los sucesos de estos últimos días que han desencadenado una escalada bélica de consecuencias imprevisibles.


Un conflicto diferente

La situación actual está generando un serio temor a que ésta se convierta en incontrolable, dado que alimenta el extremismo de ambos lados, tanto del palestino, como del ultranacionalismo judío.

Lamentablemente, mucho deja que desear al ausencia de una eficaz actuación de la comunidad internacional para frenar el conflicto: la ONU ha evitado condenar a Israel gracias al bloqueo de los Estados Unidos que, en este tema, mantiene firmemente su tradicional alianza estratégica con el Estado hebreo en una zona tan convulsa como es el Oriente Próximo, mientras que la Unión Europea (UE) ha dejado patente, una vez más, su irrelevancia en el mapa político internacional, así como tampoco parece probable que la Corte Penal Internacional intervenga para procesar el “nuevo genocidio” que está padeciendo el pueblo palestino. Por su parte, la autoridad moral del Vaticano no ha dudado en calificar la violencia desatada como de “terrible e inaceptable”.

Pero junto a la situación tan grave como lamentablemente repetitiva con lo ocurrido en otras ocasiones en años anteriores, hay otro aspecto que hace a este conflicto diferente y que resulta especialmente preocupante cual es el estallido de una violencia intracomunitaria en muchas ciudades mixtas de Israel con preocupantes rasgos de guerra civil. Tal es así que se están produciendo una tensión sin precedentes en las ciudades de población mixta (árabe y judía) de Haifa, Akko o Jaffa, que han desembocado en lamentables linchamientos y actos violentos entre vecinos que, hasta ahora, habían convivido sin especiales problemas. Una tensión que se ha extendido a otros puntos de la Cisjordania ocupada como es el caso de Hebrón. Teniendo en cuenta que los árabes con ciudadanía israelí suponen el 20% de la población total del Estado hebreo, algunos políticos como Tzipi Livni están alertando del peligro real de que estalle una guerra civil en el interior de Israel, lo cual aumenta, y mucho, la gravedad del conflicto actual.


Una situación política endemoniada

Para entender la escalada brutal del actual conflicto, hay que tener en perspectiva, el tempestuoso panorama político de Israel, en donde tras cuatro elecciones en apenas dos años, parecía posible que la “era Netanyahu”, caracterizado por su política reaccionaria y ultranacionalista, y pendiente como estaba de ser procesado por corrupción, llegaba a su fin. De hecho, Reuven Rivlin, el presidente de Israel, había encargado al centrista Yair Lapid la formación de un nuevo gobierno que pusiera fin a la actual parálisis política y, de paso, desbancase del poder a Netanyahu. Incluso existía la posibilidad de que, por primera vez, el partido árabe palestino liderado por Mansur Abás apoyase a Lapid si el nuevo gobierno asumía las demandas de la población árabe-israelí. Sin embargo, esta perspectiva política, novedosa y esperanzadora, se ha volatilizado con el estallido de la violencia y la consiguiente brutal reacción de Netanyahu, el cual ha forzado la crisis como forma de continuar en funciones como primer ministro y ganando con ello el respaldo de la cada vez más derechizada sociedad israelí. De hecho, tras 11 años de gobiernos de Netanyahu, como señalaba el prestigioso periodista Ramón Lobo, el país ha sufrido un giro reaccionario indudable, ya que el líder del derechista Likud, “ha conseguido desactivar a la izquierda israelí, moviendo su país hacia la extrema derecha, acabó con los interlocutores moderados al potenciar a Hamás” ya que su objetivo es, y sigue siendo, “impedir cualquier pacto” que avance por el camino de la paz entre palestinos e israelíes. Por todo ello, la escalada bélica alentada por Netanyahu y que incluso se planteó la reconquista militar de Gaza, ha sido utilizada por éste para seguir detentando el poder, ganar votos de cara a unas posibles quintas elecciones, y todo ello arropado por la impunidad que le supone el apoyo permanente de los Estados Unidos. La política genocida y reaccionaria de un Netanyahu resurgido de su declive político y eludiendo su enjuiciamiento, no sólo ha destrozado la más mínima esperanza de paz, sino que está despeñando al abismo a Israel, cada vez más dominado por la extrema derecha política y religiosa, y dinamitando la frágil convivencia social entre los árabes-israelíes y los judíos en el Estado hebreo. Tal vez por todo ello, el célebre director de orquesta Daniel Barenboim declaraba recientemente sentirse avergonzado de ser ciudadano de Israel o que el historiador y activista de los derechos humanos Isral Shahak declarara que “los nazis me hicieron tener miedo de ser judío y los israelíes me hacen tener vergüenza de ser judío”.

El ultranacionalismo judío alentado durante los años de mandato de Netanyahu ha sido tan evidente como peligroso para la democracia en Israel y la paz en Oriente Medio: ha dinamitado cualquier intento de retomar las negociaciones de paz con la ANP y, por el contrario, ha impulsado la creación de los asentamientos judíos ilegales en los territorios ocupados, además de aspirar a la anexión de facto de una parte de Israel y la aprobación.

El giro reaccionario de la política en Israel contrasta con el gradual y constante debilitamiento del llamado “campo de la paz” hebreo representado por la asociación Paz Ahora (Shalom Ajshav) así como por el Partido Laborista (Avodá) y el Meretz, el partido representante de la izquierda pacifista israelí. Especialmente significativo ha sido el declive de Avodá, el cual ha pasado de tener 56 diputados en el año 1969, a tan sólo 7 escaños en los comicios de 2021. Por otra parte, “el campo de la paz”, tras el asesinato de Yitzhak Rabin en 1995 o la muerte de Yossi Sarid en 2015, carece de líderes que impulsen de nuevo las negociaciones de paz. Tan sombrío panorama lo corrobora un dato demoledor: según el Israel Democracy Institute, tan sólo un 7% de los israelíes consideran actualmente como prioritarias las negociaciones de paz con los palestinos.

Tampoco está mejor la situación política en el campo palestino, dividido y enfrentado entre el Gobierno islamista de Hamás que controla la franja de Gaza, y el de la ANP establecido en la ciudad cisjordana de Ramallah presidido por Mahmoud Abbas y su primer ministro Mohammad Shtayeeh, inoperante políticamente, máxime desde el fallecimiento el pasado año de Saeb Erekat, su más brillante y tenaz negociador, una pérdida irreparable para los que anhelamos una paz justa y definitiva entre Palestina e Israel.


Qué fue de los acuerdos de paz

Lejos quedan en el recuerdo y en la agenda política los anteriores intentos de acordar una paz que pusiera fin a tan prolongado conflicto y, por ello, bueno es recapitular estos esfuerzos, ahora tan sepultados como tantos edificios de la Gaza bombardeada de forma implacable por Israel.

Habría que recordar en primer lugar los Acuerdos de Oslo de 1993, a los que se llegó como consecuencia de la primera Intifada palestina (1987-1993), la cual forzó a Israel a reconocer y negociar con la OLP. De este modo, y tras aquel primer encuentro que tuvo lugar en la Conferencia de Madrid (octubre 1991), los Acuerdos de Oslo se firmaron en Washington el 13 de septiembre de 1993 por parte del primer ministro israelí Yitzhak Rabin y Yassir Arafat, el líder de la OLP, con su histórico apretón de manos ante la atenta mirada del presidente de los Estados Unidos Bill Clinton. Fue allí donde se empezó a vislumbrar una tenue esperanza de paz para tan enquistado conflicto, donde se produjo el reconocimiento mutuo entre Israel y la OLP, y donde se establecieron las bases de un gobierno palestino interino, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), asentada en Gaza y Cisjordania para un período de transición de 5 años durante los cuales se negociaría un tratado de paz final, en el cual se debería dar solución a las cuestiones centrales del conflicto cual eran las fronteras, las colonias judías en territorio palestino ocupado, los refugiados palestinos, el status de Jerusalem y los temas relacionados con la seguridad.

Los Acuerdos de Oslo, en los cuales desempeñó un importante papel Saeb Erekat, el entonces secretario general de la OLP y principal negociador palestino, generó una ola de optimismo alentado por los planes de Rabin bajo el principio de “tierra a cambio de paz”, a pesar de la oposición de la derecha israelí y de los colonos judíos, así como el rechazo de los islamistas de Hamás y otros grupos palestinos, contrarios a la solución de “dos Estados” conviviendo en paz con fronteras seguras e internacionalmente reconocidas. Por su parte, como señalaba Dan Rothem, es cierto que los Acuerdos de Oslo eran lo único que se podía conseguir en aquel momento, pero el problema fue que lo acordado, en lugar de ser un tránsito hacia un pacto final que nunca se logró, se convirtieron en “una imagen permanente del statu quo de la ocupación”. Es por ello que, lamentablemente, en el año 1999 no se llegó a ningún acuerdo final como contemplaban los Acuerdos de Oslo. Años después, fueron fracasando, una a una, todas las negociaciones posteriores como fueron las de Camp David (2000), Taba (2001), Annapolis (2007), así tampoco se consiguieron avances en el camino de la paz durante las gestiones llevada a cabo por Barak Obama en 2013-2014.

A este bloqueo negociador se sumó el que, durante esos años, el número de colonos judíos en los territorios ocupados se triplicaba, alcanzando la cifra de los 650.000 y el denominado Plan de Paz impulsado por Donald Trump, totalmente volcado en su apoyo a la política de Israel, complicó más si cabe la situación. De hecho, el presidente norteamericano reconoció a Jerusalem como la capital exclusiva de Israel, lo cual imposibilitaba el que dicha condición fuera compartida por un futuro Estado Palestino y a ello se sumó la decisión de Trump de eliminar la aportación de Estados Unidos a los fondos que gestionar la Agencia de la ONU para los Refugiados (UNRWA), así como de cerrar la oficina de la OLP en Washington.

Por todo lo dicho, como señaló ya en el año 2018 el añorado Saeb Erekat, “EE.UU. e Israel quieren pasar de negociar a dictar..[…]…Están destruyendo a los moderados en los dos lados y la solución de los Estados”…y, lamentablemente, así ha sido.

También hay que recordar los llamados Acuerdos de Ginebra (1 diciembre 2003) negociados entre Yossi Beilin, ministro de Justicia de Israel, y Yasser Abed Rabbo, exministro de Información de la ANP. Se trataba de un plan de paz no oficial apoyado por políticos e intelectuales tanto palestinos como israelíes que retomaba las cuestiones esenciales pendientes desde los Acuerdos de Oslo: el principio de “paz por territorios” mediante el cual Israel debía devolver el 97,5% de los territorios ocupados en 1967 durante la Guerra de los Seis Días; el desmantelamiento de todos los asentamientos judíos de Cisjordania; el poner bajo soberanía palestina el Monte del Templo y la explanada de las mezquitas, lo cual suponía, de facto, convertir a Jerusalem en capital binacional de Israel y de Palestina y, finalmente, se contemplaba el retorno, siquiera fuera parcial, de los refugiados palestinos. En ese momento, las propuestas de los Acuerdos de Ginebra contaron con un elevado apoyo ciudadano dado que el 55,6% de los palestinos y el 53% de los israelíes estaban de acuerdo con avanzar hacia la paz asumiendo dichos planteamientos. No obstante, tampoco tuvieron una aplicación y unos resultados en la práctica.

Una nueva frustración se produjo tras los incumplimientos de la Conferencia de Annapolis (noviembre 2007) en la cual se fijó como objetivo la creación de un Estado Palestino independiente antes de finales del 2008.

Es por ello que actualmente no queda rastro de las propuestas de dichos acuerdos puesto que las negociaciones están totalmente estancadas por parte de Israel desde 2004 como han evidenciado los sucesivos gobiernos de Ariel Sharon, Ehud Olmert y, sobre todo, Binyamin Netanyahu.


Un futuro incierto

Hoy, como tantas veces en el pasado, la situación es grave, difícil, y los alegatos de violencia y odio, los programas maximalistas de unos y otros, siguen imposibilitando la ansiada paz. Sólo se abrirá una tenue esperanza a medio plazo si los políticos palestinos e israelíes asumen compromisos y renuncias mutuas, si la sociedad civil deja oír su voz, y si la comunidad internacional (ONU, EE.UU. y UE) desarrollan una auténtica labor de mediación y apoyo. Tal vez así, la paz sea posible.

Siento con profundo dolor el inaceptable sufrimiento que padece el pueblo palestino, como también la triste realidad que supone el debilitamiento del pacifismo de izquierdas en Israel, movimiento con el cual me identifico, con su permanente esfuerzo en defensa de los valores universales de la paz y la justicia, que son la única forma de resolver los conflictos entre los pueblos enfrentados por la tierra, el odio y la violencia. Y es que la paz no pasa ni pasará nunca por la mano del fundamentalismo islamista ni tampoco por la de los ultranacionalistas judíos, sino por aquellos que tengan el coraje político de tender puentes al diálogo hacia el logro acuerdos negociados pues, como dijo Yitzhak Rabin, “la paz lleva intrínseca dolores y dificultades para poder ser conseguida, pero no hay camino sin esos dolores”.

Se podrán lograr altos el fuego, treguas, pero el problema definitivo de la paz seguirá sin resolverse pues en la actualidad es triste constatar que no hay interlocutores implicados en desbloquear el conflicto, partiendo de la idea, apuntada por Josep Borrell, de que el fin de la violencia debe ir acompañado de un “horizonte político” que no puede ser otro que el cumplimiento de todas las propuestas pendientes de los acuerdos de paz antes reseñados, única forma de lograr, en expresión de Rabin, la “paz de los valientes”, un empeño que le costaría la vida precisamente a manos de un ultra judío contrario al proceso de paz que entonces parecía iniciarse.■

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