03 febrero 2024

Óscar Pérez: «Quiero constatar que la humanidad es mucho mejor que lo que sacan en las televisiones»

Óscar Pérez en las instalaciones de Óptica Bajo Aragón./ Annabel Roda

ANNABEL RODA | 01/02/2024
AVENTURA | CYC-110 | ENTREVISTA

Entrevista a Óscar Pérez, óptico y autor de Una vez en la vida. 500 gafas y miles de sonrisas. De Alcañiz a Katmandú en moto.

Con los brazos abiertos y una sonrisa de oreja a oreja, me recibe Óscar Pérez (Getafe, 1974) en una de sus ópticas en Alcañiz. Esa hospitalidad descubro poco después que la ha ido cincelando a lo largo de sus viajes en moto por países orientales. Da lo que ha aprendido en los lugares que ha visitado. Óptico de profesión, en 1998 se instaló en Andorra con su pareja Carmen, también optometrista, para montar una óptica en esa localidad a la cual le han seguido varios centros más en diferentes poblaciones del Bajo Aragón. 26 años después, Óscar admite que el “juego de la óptica” ya se lo ha pasado. Un negocio consolidado, una profesión en la que ha trabajado mucho y se ha formado. La llegada de los 50 años le hizo plantearse qué llevaba dentro. La respuesta: un largo viaje en moto y en solitario. En 2022 se lanzó a la carretera desde Alcañiz con un destino lejano y claro a la vez: Katmandú. Cuatro meses, 13 países, más de 20.000 kilómetros recorridos y 500 gafas repartidas durante el largo viaje. Una aventura que ha plasmado en papel en un libro autoeditado: Una vez en la vida. 500 gafas y miles de sonrisas. De Alcañiz a Katmandú en moto.


¿Cuándo empiezas a darle forma a este gran viaje de Alcañiz a Katmandú en moto?

En 2018 me fui un mes al norte de la India, de ahí llegué a Nepal. Alquilé una moto y me fui con gafas y las repartí durante el camino y me dije “esto mola”. Además, las gafas pesan poco, ocupan poco y hacen mucho bien. Ahí ya vi que viajar en moto me gustaba mucho porque te da un subidón de total aventura.

Ese año ya llevas contigo gafas en la maleta, ¿cómo surge esta idea?

Desde que abrí las ópticas a la gente se le van quedando gafas en casa que están seminuevas y se les puede dar una segunda vida. ¿Por qué? Porque todos cambiamos de gafas por moda, porque a veces al niño se le quedan pequeñas o porque quieres otras gafas de sol más oscuras o más claras. Algunas personas me preguntaban “¿oye, qué hago con esta gafa?”. Empezamos a recoger gafas viejas [y siguen haciéndolo], las seleccionamos y nos quedamos con las mejores. Primero, se las dábamos a Cáritas. Poco a poco decidimos darlas a otras ONG como Ilumina África a través de la cual oftalmólogos y optometristas se desplazan a países africanos con necesidades para operar y llevan gafas. Entonces dijimos “¿qué más podemos hacer?”, “¿y si las llevamos nosotros?”. Empezamos a meter gafas en nuestras maletas en nuestros viajes de turismo.

Nepal fue el último país del viaje que realizo en solitario y en moto desde Alcañiz. Foto cedida por Óscar Pérez.


Decides llevar gafas en las alforjas de la moto en ese primer viaje a la India y Nepal en 2018, ¿cómo llegas a la gente que las necesita?

Llegué a Nepal y busqué proyectos sociales que se están desarrollando allí por ONG españolas y los hay. Resulta que hay una ONG catalana que ha montado un taller de costura con mujeres que han sufrido maltrato en sus casas y trabajan en un taller para ser independientes. Muchas ya no pueden coser bien y no tienen gafas. Le pongo las gafas a esa mujer de 55 años y se queda flipada. Ahora sí que puede coser y hace su trabajo mucho mejor. Donde voy busco proyectos sociales y sino me voy a un centro de salud de un área rural.

El primer viaje fue a la India y el salto viajero en mayúsculas lo das en 2022 de Alcañiz hasta Katmandú. ¿Qué necesidades visuales te encuentras en este viaje?

Pensaba en hacer un largo viaje en moto y con las gafas. Tenía la ilusión de llegar en moto a Mongolia, conocer este país y llevar gafas a gente que realmente las necesita, que muchas veces no las pueden comprar. Las gafas que llevo, les pongo cristales de cerca porque el cristal “de lejos” es muy difícil que coincida con otra persona que tenga esa graduación. Yo no puedo graduar a la gente en el viaje y hacerle los cristales, pero llevo encima cinco o seis tipos de graduaciones para ver de cerca, con aumento. A partir de los 45 años una persona ya empieza a tener problemas de visión y si no lleva gafas deja de leer. No puedes leer el prospecto de un medicamento por ejemplo. Al llevar gafas esa persona puede leer cualquier tipo de información, puede ver la pantalla de un teléfono. A veces tienes que automedicarte, tienes que poner la insulina y para pinchar una jeringuilla necesitas unas gafas.

¿Cuántas gafas llegaste a llevar contigo en el viaje de Alcañiz a Katmandú?

Conseguí repartir 50. Más de esa cantidad es muy difícil llevar tantas gafas en la moto. Tienes que dejar espacio para la ropa, para las herramientas…

Saliste de Alcañiz con 100 gafas. ¿Qué ocurrió entre medias para conseguir 400 gafas más durante el camino?

Salí de aquí con 100 gafas hasta Turquía. En la región de Capadocia había quedado con cinco amigos de aquí del Bajo Aragón quienes me iban a ayudar a repartir las gafas y ellos trajeron otras 400 gafas en las maletas en su viaje en avión. Pasar algunas fronteras con 500 gafas a veces puede ser un problema porque en la moto te revisan mucho en las aduanas y te pueden decir que vas a comercializarlas. Tanto mis amigos como yo llevábamos una carta de la ONG Lions Internacional en la que explicaba cuál era mi función, básicamente que yo iba a repartir gafas.

¿Cuál es la logística que hay que tener en cuenta para un viaje en moto de largo recorrido como el que has hecho?

Básicamente el plan es que no hay plan. Al principio por Europa sí que salí con una ruta determinada. Organicé el viaje visitando a los anfitriones que me acogían en su casa gratuitamente cada noche y con la idea de rodar una media de 400 a 500 kilómetros al día. Sé que es mucho en moto, pero se puede hacer porque aquí [en Europa] las carreteras son buenas.

¿Qué cambia cuando llegas a Turquía?

Llevaba tienda de campaña, hornillo y saco para dormir tirado donde fuera, pero me di cuenta de que me era muy fácil encontrar gente que me invitara a dormir y de paso, a cenar y a desayunar [risas]. Esta opción me gustaba muchísimo más que dormir en el suelo porque puedes hablar con la gente local y estás compartiendo la cena con una familia. Ves cómo la hija le está pidiendo el móvil a su padre y el padre diciéndole que no, el otro que te cuenta que el gobierno les maltrata porque no les dejan hablar en kurdo en la zona del Kurdistán turco, por ejemplo. Cada uno tiene su problemática, pero tú eres bienvenido.

¿Cómo llega un viajero a ser acogido cada día en una casa distinta?

A veces, nada más quitarme el casco se acercaba gente que me decía “¿dónde vas a dormir?”. Les respondía que iba a buscar un camping y acto seguido, me dice que esa noche voy con ellos. Otras veces uso algunas redes sociales, como Couchsurfing, que sirve para unir a viajeros de todo el mundo con gente local que le apetece acoger a viajeros desinteresadamente. Entonces hay maneras para viajar sin pagar hoteles y mucho más interesantes.

¿Cómo es un viaje de cuatro meses cruzando tantas fronteras, sobre todo fronteras tan remotas y conflictivas como es la frontera entre Irán y Pakistán ?

Entre Irán y Pakistán, está la frontera de las más peligrosas del mundo porque está Afganistán a 20 kilómetros y están los talibanes disparando. Si tú quieres ir de aquí [Alcañiz] a Asia en moto tienes que pasar por allí, no te queda otra. La ruta alternativa era hacia Kirguistán, pero pasaba por Rusia y en ese momento no se podía cruzar la frontera rusa. ¿Qué hace el gobierno pakistaní? Te pone escolta. Tiene un equipo militar que escoltan a los moteros, a los viajeros en bici, gente que viaja por el mundo en coche. Entonces tú tienes que seguir un coche que va por delante y por detrás. Y también nos van escoltando por la noche y a 40 kilómetros por hora, así hasta 800 kilómetros. Un día y medio. Cada 50 kilómetros cambian la escolta, te piden el pasaporte, lo anotan y seguimos. No paramos a dormir, solo a repostar y beber agua.

Óscar durante su viaje de Alcañiz a Nepal. Foto cedida por el protagonista.


Dilemas viajeros

¿Cómo es viajar solo?

Viajar solo es lo mejor que puedes hacer en la vida porque realmente vas a hacer el viaje que tú quieres. Te abres más a todo lo que te rodea. Si te vas con una persona, estás todo el rato hablando con ella. Si tú estás solo en un restaurante la gran mayoría de la gente, desde los camareros hasta el que está también comiendo, te pregunta a dónde vas. A la gente cuando vas solo le das un poco de pena y a la vez, también te quieren acoger, te quieren ayudar.

Todo este viaje lo llevas adelante en parte porque tu pareja —quien también es tu socia— se queda en Alcañiz y sostiene la vida aquí. Es decir, plantear un gran viaje como el tuyo requiere un sostén en la vida que uno deja atrás por unos meses.

Sí, claro. Eso es amor. No nos limitamos como pareja y me permite realizar mis sueños. Si frenamos los sueños de nuestra pareja, al final la otra parte no va a ser feliz.

En verdad que una persona puede viajar y puede hacer todo un recorrido tan largo no es fácil. Tienes que dejar el trabajo. Yo dejé la empresa, tengo un buen equipo y tengo a mi mujer que sigue estando aquí, ha tenido que tomar decisiones porque yo no estaba y ella lo ha hecho muy bien.

No sé si conoces el concepto del “salvador blanco”, un término ligado a la época colonial según el cual los europeos tenían la misión de “civilizar” el continente africano y que ha emergido al debate social a raíz las imágenes cada vez más abundantes y en apariencia inocentes de viajeros y/o voluntarios —principalmente blancos y occidentales— que se retratan a sí mismos, por ejemplo, repartiendo por un día, lápices o dulces a menores en un país del sur global. ¿Qué responsabilidad sientes como viajero en este sentido? ¿Cómo contar historias de otros países sin caer en la romantización de las desigualdades?

Simplemente, yo he encontrado la manera de reproducir esos diálogos y esas situaciones que compartí con todas las personas que fui conociendo durante el viaje. Contar esos actos de buena fe que yo he vivido en este libro y ya está. También le he metido un poquito de ficción porque a veces he llegado a lugares donde me han contado cosas que han ocurrido tres meses antes y yo no he llegado en ese momento, pero han ocurrido y me lo han contado con tanto detalle que necesitaba explicarlo.

No busco que la gente tenga lástima de las personas de Irán, por ejemplo. Intento reproducir lo que a mí me ha ocurrido allí y sobre todo, que el lector se emocione con un viaje y que se traslade como si lo estuviera viviendo. Creo que la clave está en hacer las cosas sin ego. Hay un término bodhicitta dentro del budismo que lo explica muy bien. Se trata de hacer las cosas con una buena intención de ayudar y de compartir, de no aumentar el sufrimiento humano y si puede ser de reducirlo. Es decir, hacer las cosas con esa intención. A partir de ahí, lo que ocurra después le podrá gustar más o menos a la gente, pero eso ya no depende de ti.

Y una vez llegas a tu destino ¿cómo es el regreso?

Una vez llegué a Katmandú me pregunté por qué pararme allí o en Mongolia. Decidí seguir y dar la vuelta al mundo y ahora mi propósito es continuar viajando en moto y en solitario por etapas. Cada año, un mes, un par de meses, lo que pueda. Voy dejando la moto en casa de alguien que conozco en el país y me vengo de vuelta en avión, trabajo, veo a la gente, estoy con la familia, veo a los clientes, escribo el libro y ahora en abril me vuelvo a ir dos meses más.

Foto cedida por Óscar Pérez.


El libro que mencionas es el que has escrito a tu vuelta, ¿qué te hizo abrirte en canal y contar todas estas intimidades viajeras?

Esa expresión es buena. Es que te abres en canal porque aquí cuentas todo. Desde cómo veo el mundo, cómo interactúo, cómo interpreto las cosas, cómo me relaciono con las personas que me voy encontrando. Yo he leído muchos libros de otros viajeros antes y me ha servido de aliciente para decir “algún día yo quiero vivir una aventura así”. Yo sumo un libro más. Pero también, porque quiero constatar que la humanidad es mucho mejor que lo que sacan en las televisiones. En las televisiones solo vemos las noticias negativas y tenemos una percepción muy negativa de que esto se va a la mierda y no es así. Las noticias negativas parece ser que son las que venden, pero no, hay muchas noticias positivas y bonitas que pasan desapercibidas.

¿De qué manera te ha cambiado personalmente este viaje?

Un viaje de este tipo te hace más valiente. Te conoces a ti mismo mucho y, sobre todo, te planteas tú para qué has venido a este mundo, qué puedes aportar aparte de tener hijos, de trabajar, de vivir. Estoy en ese camino de decir si puedo aportar la amabilidad cuando viajo, lo hago. Aprender la compasión, el no pensar tanto en uno mismo e intentar pensar más en los demás, en compartir cosas.

Tras ese gran viaje de Alcañiz a Katmandú, le siguieron viajes de un par de meses, primero a Tailandia, y segundo, a Malasia y Filipinas. ¿Qué te motiva a seguir viajando?

Pues que el mundo es maravilloso y hay mucho por ver. Muchas personas con diferentes religiones, con otras formas de enfocar la vida, de paisajes que no conozco. Tantas cosas interesantes que solo quedarme con lo que veo aquí en Alcañiz, para mí no es suficiente.■

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