18 febrero 2024

Sigrid Schmidt Von Der Twer, ‘XVI Premi Franja: Llengua, Cultura y Territori’

Sigrid Schmidt von der Twer recibió de manos del alcalde, Juan Miguel Monclús, el Premi Franja / RUBEN LOMBARTE

RAMÓN MUR | 01/02/2024
XVI PREMI FRANJA | CATALÁ  | ASCUMA

«A mis alumnos turcos en Alemania les hablaba de La Codonyera que es mi pueblo»


Sigrid se protege los ojos con la mano del sol del mediodía que entra por el ventanal del cuarto de estar. Esta es una tele-entrevista porque ella vive en La Codonyera y yo paso el invierno en Zaragoza.

  Pero son tantas la veces que he sido acogido en la casa que Sigrid y Artur se construyeron en este ‘lloc’ del valle del Mezquín, que no parece que la entrevista se haya realizado mediante cuestionario. Sentados frente a frente, siempre ante la mirada observadora de Artur, Sigrid y yo conversamos con la mirada puesta en el cielo del alto Mezquín. Artur y Sigrid, Sigrid y Artur, llegaron hace más de 60 años al ‘lloc’, vivieron primero de alquiler en casa de Victoria Nicolás, viuda de Tomás Celma, muerto en la guerra civil. Algunos años después, algo así como hace unos treinta, los nietos de Victoria les construyeron una casa preciosa con biblioteca poderosa y bien nutrida, donde Artur y Sigrid, Sigrid y Artur, tienen siempre las puertas abierta a quienquiera visitarles. Sigrid sufrió una infancia alemana de horrible Guerra Mundial, la segunda, se dedicó luego a la enseñanza y por enseñar al que no sabe, la más noble de las actividades humanas, recibió el pasado 4 de enero en Calaceite el ‘Premi Franja: Llengua, cultura i territori’. Y por abrir siempre las puertas de su casa del saber en La Codonyera a todo el que a ella llega es por lo que aquí y allá, en Alemania, en España, en Aragón o en Cataluña dice siempre que “yo soy de La Codonyera”. Ramón Mur


Usted es una mujer cosmopolita. ¿Alemana, turca, castellana, catalana y aragonesa?

Soy alemana de nacimiento. En el instituto aprendí latín, inglés y francés. En Alemania se aprende normalmente en los institutos tres o, por lo menos, dos lenguas extranjeras. Los idiomas no me interesaban mucho y por eso elegí la rama de ciencias, donde química, física y biología eran asignaturas principales. En los últimos dos años solamente tenia latín como lengua extranjera. Las lenguas no me atraían: es que solamente se aprendía lo que ya se sabia diciéndolo de otra manera, tampoco tan diferente. En las ciencias se me abría el horizonte. Después solamente aprendí los idiomas que me eran necesarios. Conocí a Artur, nos casamos, y, claro, tenía que aprender castellano y catalán. Eso sí: no me gusta que se hable en mi presencia una lengua que no entiendo y por eso enseguida aprendí estos dos idiomas a la vez. En Alemania trabajé en la escuela con muchos niños turcos y por eso aprendí turco, porque si no sabes turco, especialmente con los alumnos de mayor edad –tenía alumnos de hasta dieciséis años– no tienes resultados si no sabes su idioma. El turco no es una lengua indoeuropea donde a cada palabra de una lengua de esta familia corresponde otra, mientras que en turco corresponden con frecuencia infijos y sufijos. Donde en un idioma indoeuropeo tenemos frases subordinadas el turco ofrece el sujeto en genitivo y el verbo substantivado con terminación posesiva. Tenía también algunos pocos alumnos italianos con cuyos padres hablaba bien en una mezcla de castellano, catalán, francés y latín. Después como tenía que asistir a exámenes de los alumnos en italiano, hice algunos cursos de esa lengua.



Usted es cónyuge del Dr. Artur Quintana i Font. ¿Quién arrastra a quién?



Somos muy diferentes y siempre hemos trabajado en sectores distintos. Me interesa la lingüística general y he estudiado mucho sobre la relación entre lengua y pensamiento.

¿Porqué La Codonyera es para ustedes mucho mas que un “lloc” cualquiera?

Artur quería hacer su doctorado sobre el catalán de un pueblo de la Franja. Buscábamos casa en un pueblo franjatino. Entramos en La Codonyera y enseguida me encontré como en casa. Desde hace unos treinta años vivimos en la casa que construimos, pero antes, durante los primeros años, tuvimos que vivir de alquiler.

¿Cuántos idiomas habla y en cuál de ellos piensa antes de pronunciar una palabra?

Hablo los idiomas que aprendí y que ya he mencionado. Siempre pienso en la lengua que estoy hablando en cada momento. No traduzco.

Tanto su marido como usted han estado dedicados a la enseñanza y muy relacionados con la educación. ¿Sus hijos y nietos están hoy mejor formados que ustedes?

Mi marido trabajaba en la universidad con adultos. Yo tenia alumnos turcos de seis hasta dieciséis años. Trabajaba también con los padres y les tenía que enseñar el sistema escolar alemán. Además trabajé en la alfabetización de mujeres turcas en lengua turca. No creo que mis hijos y mis nietos estén mejor formados. Somos iguales. Pero en cuanto a las nuevas generaciones, no creo que mis hijos y mis nietos estén mejor formados que nosotros, en términos generales. Disponen de más medios que los que teníamos nosotros a su misma edad. Pero el mayor desarrollo no es sinónimo de mayor formación y saber. Es más, tengo que decir que yo recibí en el instituto de mi época mejor formación, por ejemplo en ciencias naturales, que la que reciben hoy mis nietos.

¿La población turca de Alemania es tratada como corresponde, o los inmigrantes en su país son ciudadanos de segunda clase?

Hay de todo. Pero en general, en particular en la antigua Alemania Occidental, son tratados como alemanes, la mayoría no se distinguen de los alemanes. Las nuevas generaciones ahora hablan alemán. En el Este es diferente: después de la Reunificación notaban que un turco tenia más valor que ellos, y eso era difícil.

¿En qué le ha influido a usted la cultura turca de sus alumnos?

No me ha influido tanto la cultura turca de mis alumnos, como lo ha hecho la de sus padres. Mantenía mucha relación con el Consulado turco, que me ayudaba. El Gobierno alemán en colaboración con el turco me enviaron a diversos cursos en Turquía para ampliar mis conocimientos de lengua y cultura turcas. En esos cursos conocí Anatolia hasta la frontera iraní. El Gobierno Turco me otorgó dos medallas por mi trabajo y una el Ministerio de Educación de Baden-Württemberg.

¿Qué les contaba del Bajo Aragón a sus alumnos en clase?

Les he hablado en general de España y de sus lenguas y culturas. He hablado especialmente de La Codonyera, que es mi pueblo.

¿Usted es también profesora de sus hijos y de sus nietos?

A los hijos y nietos cuando eran muy pequeños les contaba y leía muchos cuentos, y más adelante libros enteros, siempre de un nivel superior al que ellos eran capaces de entender o leer por su cuenta. Tanto mi marido como yo enseñábamos a nuestros hijos muchos hechos, especialmente históricos, que la escuela solía obviar. Mi marido les ayudaba con la lengua y los deberes de la Escuela española a donde iban dos tardes por semana. Así consiguieron tener el certificado español de Enseñanza Secundaria Obligatoria/ESO y el Abitur (Bachillerato Alemán).

¿Qué recuerdos tiene de su infancia una mujer como usted nacida en Alemania en plena Segunda Guerra Mundial?

Nací en Wuppertal a principios de la Guerra. Mis primeras impresiones son de bombardeos, incendios y destrucciones, lo cual me causaba un gran desasosiego. Ya cumplidos los dos años el médico aconsejó a mis padres que durante unas semanas me llevaran a un sitio más tranquilo. De no hacerlo posiblemente moriría. Nos trasladamos a la Alta Silesia, y solo llegar recibimos la noticia que Wuppertal había sido bombardeado gravemente. Mis padres volvieron a Wuppertal y no encontraron ni casa ni calle. Todos nuestros vecinos habían perecido. Nos quedamos en Silesia hasta febrero de 1945. Allí no se notaba tanto la Guerra y me recuperé del todo. Huimos de Silesia en el último tren hacia Baviera, en el interior de Alemania. Durante el viaje fuimos bombardeados y tuvimos muchos muertos que ya no me afectaban. En Baviera vivimos bien con una campesina y su hijo pequeño. El marido y el hijo mayor estaban en la Guerra. A finales de 1946 los americanos nos echaron de Baviera, que era zona Americana de Ocupación, a Wuppertal en Zona Británica. Allí vivimos un tiempo en un búnquer casi siempre sin luz y ventilación, debido a los muchos cortes de energía, y escasa comida. Al cabo de mes y medio mi madre encontró una habitación donde vivimos nosotros seis. Allí nos llegó la noticia que mi padre había muerto en un campo de prisioneros en Croacia. No teníamos casi comida ni carbón, con veinte grados bajo cero en invierno. Mi hermana pequeña y yo robábamos en los pocos campos que había, porque no nos podían castigar aún. Me costó mucho de acostumbrarme, un poco por lo menos, a una sociedad normal y ordenada.

¿En líneas generales el mundo ha evolucionado a mejor en los últimos setenta años?

Ni a mejor ni a peor. Siempre es igual, con tantas guerras. Me afectan mucho las guerras de Ucrania y de Gaza. Esta última me recuerda mucho mi niñez.

¿Artur y usted hablan en casa en alemán o en catalán?

En alemán y ocasionalmente en catalán. A los hijos les hablo en alemán y a mi marido en catalán. Ellos entre sí y conmigo en alemán; con su padre en catalán.

¿En qué se parecen el Bajo Aragón al que ustedes llegaron en los años sesenta del siglo pasado con el de hoy?

No se parecen mucho. Cuando llegamos los pueblos eran muy diferentes. Había uno o dos coches en cada pueblo. Todo se hacía con caballerías. No había agua corriente en las casas, ni apenas baño, y muchos guisaban con fuego de leña o carbón –algunos ya tenían butano–. La gente era más sociable. Vivían más en comunidad y juntos. Se sentaban con el buen tiempo a las puertas de su casa y hablaban y reían. Eso si: hombres y mujeres separados. Ninguna mujer entraba en el bar. Hoy es como otro mundo, como en toda Europa. Si hoy en día hablo con gente joven de los tiempos pasados ni pueden creerme.

Al parecer usted no quiso moverse del ‘lloc’ durante la pandemia. ¿Se siente aquí especialmente segura?

Claro que aquí me siento segura. Hay poca gente y pocas aglomeraciones. Tenemos un muy buen amigo, Jesús Celma, que siempre nos ayuda. En tiempos de pandemia nos hizo las compras y así no nos era necesario salir de casa. Nos sentimos bien acogidos.

Su marido y usted tienen fama de andarines. ¿Cuántos quilómetros diarios andan?

Ahora no ando mucho porque tengo dificultades con mis huesos, se nota que soy mercancía de guerra. Pero voy mucho en bici.

También tienen fama de no faltar a ningún acto cultural de la comarca. ¿Lo hacen por inquietud intelectual y por afán de colaborar? Pero, ¿no les cuesta cada vez más salir de casa?

Tenemos inquietud intelectual y también colaboramos donde podemos.

Sin que se lo pregunte a Artur en este momento, ¿Cómo ve la situación del bilingüismo en el Bajo Aragón?

Yo veo así la situación: antes todos hablaban catalán sin pensar, era natural, era su manera de expresarse y comunicarse. Con el tiempo y mejores posibilidades de conocer mucho mundo fuera del propio las cosas cambiaban. Algunos hablaban más castellano. Otros fueron más conscientes de su lengua y se formaron grupos en favor de ella. Aprendieron a escribirla. Se fundó la Iniciativa Cultural de la Franja con los grupos Centre d’Estudis Ribagorçans, Institut d’Estudis del Baix Cinca y Associació Cultural del Matarranya. Empezó a enseñarse el catalán en las escuelas. Pero hoy, con el nuevo Gobierno Aragonés de Vox, PP y PAR toda esta labor a favor del catalán –y del aragonés– está en peligro.

¿Qué busca usted con una cámara de fotos en la mano?

Siempre me ha gustado fotografiar. Mi hermano tenía una cámara muy simple, y cuando trabajó en sus vacaciones escolares se compró una mejor, y me regaló la suya. Desde entonces hago fotos. Cuando vine a La Codonyera en 1967 fotografié la vida de entonces, y gran parte de esas fotos se han recogido en el libro ‘La Codoñera en su historia’ de J.R. MolÍns y M. Sanz. Colaboro con fotografías especialmente en la revista ‘Temps de Franja’.

¿Qué supone para usted recibir el premio Franja?

No sé si lo merezco, siempre he sido miembro de la ‘Asociación Cultural del Matarranya/ ASCUMA’ porque pienso que cada uno tiene que defender su cultura y su lengua, y desde que vivo en La Codonyera el catalán es una parte de mi cultura y lengua. Por la lengua en sí no he trabajado –no soy lingüista–, pero sí he hecho todo lo que me era posible para defenderla y fomentarla, en especial, en mi caso por la fotografía.

¿Cuál es su respuesta a la pregunta que le hubiera gustado que le hiciera pero que no he formulado?

Me gusta hablar de mi relación con la lengua aragonesa. Mi primer contacto con esta lengua fue en los años 1967-1970 cuando acompañaba a Artur en sus encuestas por el aragonés residual de Torrecilla y Castelserás, y más adelante con el aragonés hablado en Fanlo y Sercué en el Valle de Vio. En 2007 he amadrinado la palabra Plan, y con Artur hemos traducido en 2006 una antología de poesía aragonesa al alemán.■

Ramón Mur          
Periodista

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