11 septiembre 2020

#NachoMartínez - Juan Carlos de Borbón y Borbón. Antecedentes reales del emérito rey

Juan Carlos I

Juan Carlos de Borbón y Borbón, es el compendio de todas las “virtudes” que acompañan el tránsito de la dinastía a la que pertenece por nuestro país. Solo le faltaba irse de España de forma precipitada, tratando así de relajar la presión sobre el conjunto de la institución y el conjunto del sistema que tanto lo ha protegido. Además de intentar frenar el goteo de noticias que irán surgiendo y dejando claro el papel del monarca y la monarquía a la altura que merecen.

Cuando uno tiene dos veces su apellido, parece estar condenado a repetir doblemente los errores de sus antepasados, o bien, acumular todos los cometidos por sus antecesores en una sola persona. No cabe duda que la expectativa se ha cumplido sobradamente.

En primer lugar, por más que se quiera deformar la historia, llegó al poder de la mano de un criminal, apellidado Franco, que en los últimos meses de su sanguinaria historia modificó la legislación para poder matar de forma sumarísima y sin garantías procesales a condenados por motivos políticos. En aquella época, en la que Franco corroboraba las sentencias de muerte con su “enterado”, no se escuchó a Juan Carlos la más mínima crítica, ni tan siquiera humanitaria o piadosa. Como todos sus antepasados la represión a su pueblo no le supuso ni el más mínimo de los problemas. A día de hoy no le hemos visto condenar al franquismo, ni la violencia con la que se empleó desde la Guerra Civil hasta el final de sus días.

Los antecedentes reales

Siguiendo la estela de Fernando VII, Juan Carlos I traicionó a su padre Juan de Borbón, quien sufrió una gran decepción al ver que su hijo no respetaba la línea sucesoria “natural” de la monarquía. De hecho, no podemos hablar de reinstauración monárquica, expresión que podría ser válida en el caso de haber sido coronado Juan de Borbón.

Haciendo un breve resumen de los monarcas Borbones en España desde la Guerra de la Independencia, vemos unos comportamientos reiterados en las últimas décadas.

Juan Carlos heredó de Fernando VII, la capacidad de cambiar de posición y principios políticos en función del contexto, lo importante es sobrevivir como monarca. Su famosa frase en marzo de 1820 ante el empuje revolucionario «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional», con la que ganó tiempo hasta recibir ayuda extranjera y acabar con la constitución de aquel entonces, ejecutando a quienes no habían mostrado un ápice de violencia hacia él. Suena al “todos los españoles somos iguales ante la ley”, en referencia al yerno que llegó a aprendiz del monarca, y que nunca se aplicó a si mismo.

Puede parecer anecdótico, pero también ha copiado la manipulación en sus sobrenombres. En el caso de Fernando VII, en la historia de la época, los “serviles” diputados que querían la Restauración monárquica, la iglesia y los medios afines, consiguieron que se le denominara “el deseado”, supuestamente por el pueblo español, que no era consciente ni de los pactos ni acuerdos monetarios que tenía con Napoleón. La historia, finalmente lo ha denominado como el rey felón, mucho más ajustado a la realidad. En el caso de Juan Carlos, ante la dificultad de encontrarle alguna capacidad destacable se optó por “campechano”, aunque está por escribir con el que pase a la historia.

Respecto de Isabel II, ha heredado el apetito sexual que le hacía perseguir a oficiales por palacio. A día de hoy, la lista de cortesanas que han pasado por la cama de nuestro emérito parece infinita, eso sí, todo parece indicar que sus flirteos eran pagados por los españolitos de a pie. Es una lástima que no haya sido por sus encantos, bonhomía o atractivo. Nada tiene quien suscribe sobre los amoríos o relaciones de monarcas o mortales, siempre que se cumplan las cuestiones legales al respecto, y no sea a costa del dinero público.

Isabel II, también mostró el camino a Juan Carlos, al cobrar comisiones en aquel entonces por los esclavos que llegaban a Cuba. Son las épocas las que marcan las diferencias aunque en el fondo la corrupción comisionista sea la misma. Además, Isabel II tenia un cupo de presos a su disposición para que pudieran trabajar como parte de sus condenas en empresas privadas; es de suponer que los ofrecía al mejor postor.

En cuanto a Alfonso XII, que murió a los 28 años, no se conoce demasiado excepto la concesión de la construcción de los ferrocarriles a su padrastro el Marques de Salamanca (que dio nombre al barrio de Madrid), también con suculentas comisiones. Parece que lo de la colaboración público-privada ya lo habían inventado nuestros reyes.

Alfonso XIII se caracterizó por su valentía patriótica, enviando a otros a la guerra para defender los intereses de una minoría, eso sí, sin los medios necesarios para poder combatir. Como fue el caso del desastre de Annual y su célebre frase a su amigo y General al mando de las tropas “ole tus cojones, Silvestre” previa a la muerte de más de 13.000 españoles abandonados a su suerte. Juan Carlos también es un ferviente defensor de nuestra patria, por mucho que comisione o reciba regalos de sátrapas, incluso por mucho que no declare a hacienda, aunque “hacienda somos todos” (risas).

Entre sus méritos contra el pueblo español, Alfonso XIII reprimió con dureza las movilizaciones obreras y las luchas políticas que pedían más libertades y avances sociales. También permitió y apoyó el que Primo de Rivera instaurara una dictadura en la que se reprimió todo tipo de oposición progresista. Y para engrosar su “excelente” curriculum, Alfonso XIII huyó del país por la puerta de atrás, como buen Borbón, cuando la cosa se puso fea para él en abril de 1931. Y ya desde el destierro hizo méritos apoyando cualquier intento de golpe de estado, como el franquista.

Para finalizar, de Don Juan se sabe que no reinó, y que además de navegar y gastar dinero en el casino, al igual que hacia su padre, quiso combatir al lado de Franco, que le negó tal posibilidad. Y que entregó a su hijo para que lo educara el dictador, a su imagen y semejanza, cuestión que pagó al ser marginado por ambos de sus derechos reales.

Continuará…■

 




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